Estaba aterrorizado de ver caer el mundo en pedazos y a mí con él. Entonces, un frágil rayo de luz partió en dos la oscuridad
Por: Jesús Huerta Suárez
Poco a poco se me fue llenando de piedritas el zapato y cuando menos pensé ya estaba sumido en la más negra de las pesadillas que mi mente y mi corazón pudieran soportar. Todo esto que llamamos vida se había convertido en nada más que tristeza, miedo y desesperanza. En parte era la sangre que corría por las calles como ríos de lava llevándose todo a su paso. La humanidad se mostraba a cercana a su extinción tras años de violencia, devastación de la tierra, odio y desfachatez de la mayoría. Me sentía como si me hubiera ido a vivir al infierno de Cioran. Estaba aterrorizado de ver caer el mundo en pedazos y a mí con él. Entonces, un frágil rayo de luz partió en dos la oscuridad y me hizo pensar en que este gris laberinto una salida debería de tener, y pensé y pensé, hasta que…Dostoyevski gritó: ¡La belleza!, ¡sí!, La belleza puede ser nuestra única salvación de esta autodestrucción en la que estamos inmersos. Pero, bueno ¿en dónde está la belleza, me pregunté? Y Wilde me contestó “la belleza está en los ojos de quien mira”; entonces me puse a pensar en dónde encuentro yo la hermosura de este mundo… ¿En dónde? Me pregunté. Entonces recordé todas esas cosas, animales, situaciones que me producen placer sensorial, intelectual o espiritual. Y comencé el recuento. Ahí estaban la flora y la fauna del mundo. Las canciones en la radio, los niños jugando, las cartas de amor, las muestras de justicia, la plasticidad de las bellas artes y las aromas en el viento…ahí estaba todo eso que me ayudó a levantar el vuelo de nuevo hacía un nuevo día.