“Al fin, solos”

Debo admitir que la relativa soledad que se vivió en estos días de Semana Santa, me sentó bien

Por: Jesús Huerta Suárez

Debo admitir que la relativa soledad que se vivió en estos días de Semana Santa, me sentó bien. Momentos de soledad urbana le vienen bien a quienes buscan la complicidad del retraimiento.  Menos carros, menos ruido, menos basura es lo que, a grandes rasgos, genera menos gente.

Ir conduciendo por las calles casi vacías se convierte en una aventura más atractiva que el ir esquivando autos, motos, ciclistas y peatones que, alejados de la cortesía esperada de un pueblerino, pululan por doquier, a diestra y siniestra por las rutas de la inconsciencia, eso sin contar los baches.

Y luego, un estacionamiento en el centro de la ciudad, de ser otrora la cereza de la discordia del pastel, pasó a ser como las súplicas de un amor olvidado. Por unas horas, y no más, la ventisca típica de estas fechas me susurró al oído: “Al fin, solos”.

El ring, ring del teléfono casi se extinguió, como sabiendo de tus deseos de olvidarte del mundo. Sin horarios, los minutos parecieron desaparecer en el infinito, haciendo de todo momento un dichoso ritual. Ahuyentando, incluso, las enormes ansías del apetito. En fin, todo pareció sincronizarse en un letargo insospechado.

Sé que no es bueno, menos posible, desaparecer, pero todo intento fue aquilatado cual oro puro. También, sé que no es sano desear más espacio del que puedas ocupar, pero de pronto, suena atractivo.

Y esa nostalgia que trae a nuestros sentidos la confusión pública entre las fiestas paganas y la pasión del Cristo de Nazaret, obliga a mirar hacia nuestro interior, para descubrir que nos urge vivir la Palabra; para encontrar el camino que le dé sentido a nuestra vida. Son días de contemplación y de flores floridas. De nacer a lo nuevo y morir a lo añejo que nos roe sin piedad.

Fariseos y candidatos se perdieron de mi panorama, dejando un espacio digno de mantenerse inmaculado. No, así, las ráfagas de balas que aun en días Santos siguieron arrancando vidas y sembrando terror alrededor. Fueron días de muerte y resurrección.

Ahora, las cosas y las calles volverán a su extraña normalidad; los templos, las playas, las carreteras y más allá de las fronteras, estarán tan solos como una flor en el desierto. En cambio, las casas de empeño y el cansancio, estarán a reventar.

Ha pasado una Semana Santa más. Ahora somos unas horas más sabios y unos días más viejos. Vuelve el rico a su riqueza y el pobre a su pobreza. El sueño de días de libertad y descanso, ha terminado. El mundo sigue dando vueltas y todo es como ayer. En nuestros corazones llevaremos, cada quien, los clavos de su cruz o la luz de su conciencia. La Semana Santa ya pasó, ¿qué te dejó?

 

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