Ninguna propuesta para lograr la paz en un conflicto mundial debe considerarse tardía
Ninguna propuesta para lograr la paz en un conflicto mundial debe considerarse tardía, pero la propuesta del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, presentada ante la Asamblea General de la ONU, el 22 de septiembre, por el canciller Marcelo Ebrard, está a la zaga de los acontecimientos y lejos de identificar las causas del conflicto entre Rusia y Ucrania.
Se trata del segundo lance de alcance mundial del presidente remitido a la máxima representación de las naciones. El primero lo presentó en noviembre del año pasado, cuando personalmente compareció ante el Consejo de Seguridad de la ONU, con la propuesta del llamado Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar. Una iniciativa que pretendía hacer una especie de traslado a escala global de su política asistencialista, para atender el hambre y la pobreza en el mundo. En el afán de lograrlo proponía una coperacha, tipo “vaquita”, con al menos tres fuentes de financiamiento: contribución de las mil personas más ricas del mundo, aportación de las mil corporaciones privadas más importantes del planeta y de los países que integran el G20, con el propósito de alcanzar la suma de un billón de dólares anuales.
Lo que tienen en común las dos propuestas, es que omiten señalar las causas estructurales de la guerra y la pobreza, que terminan por remitir a la crisis sistémica del andamiaje financiero internacional. En noviembre del año pasado, el representante de Rusia ante el Consejo de Seguridad, Vassily Nebenzia, detectó no solo la ingenuidad de la primera propuesta del presidente López Obrador, sino los riesgos contenidos, al señalar que los remedios propuestos equivalen a curitas o a tapar baches y le precisó que el atraso de las naciones con rostros coloniales es fundamentalmente “porque no pueden librarse de la carga de su deuda”. Una forma de inferir que se requieren cambios estructurales que vayan mucho más allá de entregarle facultades de injerencia sobre las naciones a los “ogros filantrópicos”.
La iniciativa presidencial para el dialogo y la paz en Ucrania, que contempla la participación del Secretario General de la ONU, el primer ministro de la India y el Papa Francisco, aunque tenga una motivación de buena fe, es pretender un ensayo diplomático que ya fracasó. Desde el golpe de estado del 2014 en Ucrania, auspiciado ostentosamente por el Departamento de Estado Norteamericano, la nación euroasiática quedó convertida en un territorio de operaciones geopolíticas de la OTAN en contra de Rusia. La determinación de la OTAN, se gobierna por el objetivo de impedir a toda costa, que Rusia mantenga la condición de potencia con la capacidad de perturbar las pretensiones angloamericanas orientadas a un verticalismo unipolar, que por la vía de la fuerza perpetúe la vida de un sistema financiero internacional en bancarrota.
Después del golpe del 2014, algunas regiones de Ucrania de habla rusa, como la región del Donbass, fueron víctimas de abusos, asedio policiaco y ataques racistas. En el proceso de resistencia, el conflicto alcanzó expresiones militares y se hicieron necesarios los acuerdos de Minsk, que iniciaron en noviembre del 2014 y se ratificaron en febrero del 2015, con la mediación de los gobiernos de Francia y Alemania, además de la participación de Rusia y Ucrania. Los acuerdos se firmaron, pero los grupos militares de formación ideológica nazi, cobraron hegemonía en las decisiones dentro de Ucrania y los ataques a la región del Donbass se mantuvieron durante ocho años, periodo en el que se documenta el asesinato de más de 14 mil personas de habla rusa.
El fracaso de los acuerdos de Minsk, como de cualesquier otra propuesta, que se remita a la dinámica que se le ha impuesto a las partes en conflicto, fracasará, porque el gobierno de Ucrania está operando bajo el guion y con el apoyo de los intereses oligárquicos de occidente, cuya meta inmediata es la desintegración territorial y económica de Rusia. Si no se logra en las próximas semanas, una correlación internacional de naciones, de jefes de estado, personalidades prominentes e instituciones con la fuerza para neutralizar ese propósito, las posibilidades de la paz se alejan y la guerra mundial -con características nucleares- se vuelve inminente. Hay evidencia cultural e histórica de que Rusia nunca renunciará a seguir siendo una nación y una potencia económica mundial. Han sido invadidos, pero nunca conquistados.
El gobierno de López Obrador, debe de entender que no es tiempo de contemporizar. La diplomacia en momentos de crisis existencial, no es para formular cumplidos atemporales. Se debe decir la verdad: el conflicto entre Rusia y Ucrania es la expresión regional, el fenómeno cuyo noúmeno se ubica en la pretensión neocolonialista de una visión utópica soportada en el imposible de un mundo regido por el hegemón que obliga a todos a vivir de acuerdo con sus reglas y en oposición a la necesaria convergencia democrática que fomente y proteja la expresión cultural de todas las naciones en beneficio de la humanidad.
La reciente comparecencia de la primera ministra de la isla caribeña de Barbados, Mia Amor Mottley, en la ONU, debería de ser referencia para el presidente López Obrador. Ella exige una reforma a toda la arquitectura financiera mundial que garantice proporcionar créditos a largo plazo y con bajas tasas de interés a los países en desarrollo, al tiempo que señala que estos propósitos no se pueden cumplir bajo los criterios de “un mundo que refleja un orden imperialista”. De no corregirse lo señalado por Mottley, la paz mundial no es posible. Es lo mismo que le hizo ver a López Obrador, en noviembre del año pasado, Vassily Nebenzia, en respuesta a su propuesta filantropista, que se propone ayudar a los pobres del mundo, dejando intactas las estructuras financieras que empujan la guerra y el hambre en el planeta.