Las autoridades deben de considerar al sur de Sonora como zona de desastre y disponer medidas emergentes que en materia presupuestara se exigen
Al cerrar el ciclo de lluvias del 2024, la recuperación de las presas del norte de México, está muy por debajo de los promedios históricos de almacenamiento, que combinado con las políticas públicas de abandono al sector primario –abatido por la sujeción a una política de precios determinada por los mercados especulativos internacionales– el horizonte para el campo mexicano, sus productores y la producción de alimentos, adquiere tonos muy oscuros.
Los acentos de la sequía han sido desiguales en toda la región norte. Sobre el sur de Sonora los impactos parecerían ser mayores, pues regiones agrícolas como el Valle del Yaqui y el Valle del Mayo, tienen los almacenamientos de sus presas por debajo del 20 por ciento. Situación que al momento deja sin posibilidades de siembra a más de 250 mil hectáreas, regularmente destinadas a la producción de maíz y trigo.
Según datos proporcionados por el Distrito de Riego del Río Yaqui, el almacenamiento del sistema de presas del Río Yaqui, apenas alcanza el 20 por ciento, cuando el año pasado se tenía un 40 por ciento, lo cual no fue bueno, pero se contó con mejores condiciones relativas de siembra
El impacto socioeconómico es preocupante. Ante la reducción significativa en el área de siembra, pues en el Valle del Yaqui se dejarían de sembrar 170 mil hectáreas, habría una caída de 4.5 millones de jornales y una reducción de flujo monetario de aproximadamente 15 mil millones de pesos con impactos económicos sobre toda la actividad productiva y comercial de la región; además de la afectación nacional por la caída en la producción de maíz y trigo.
Sin mayor trámite, las autoridades responsables, tanto del ámbito estatal, como federal, deben de considerar a la región del sur de Sonora, como zona de desastre y disponer las medidas emergentes que en materia presupuestara se exigen. En especial para instrumentar los programas emergentes pertinentes que atiendan a los trabajadores de estos valles que durante este ciclo se quedarán sin empleo y sin los ingresos que les permitan resolver los problemas de alimentación de sus familias.
Atender la emergencia, no es suficiente. Con la misma urgencia se debe de actuar para mejorar las condiciones del ecosistema del noroeste de México, que nos permita salir de la vulnerabilidad a la que estamos sometidos como resultado de los episodios cíclicos de sequía. Para ello se requiere, además de la construcción del segundo módulo de la desaladora Guaymas, Empalme, Hermosillo (lo cual permitiría cancelar la operación ilegal del Acueducto Independencia) la construcción del Plan Hidráulico del Noroeste (PLHINO).
La naturaleza no es la que nos condena; lo que nos está dejando sin porvenir, es una sombra de pesimismo que se extiende sobre sectores cada vez más amplios de la sociedad y que cubre a los gobiernos, cuyos representantes, andan más preocupados por proyectar negocios privados con el agua que no alcanza, que dispuestos a tener una discusión en serio sobre la solución estructural al problema hídrico que padece Sonora.
El caso de la construcción y operación ilegal del Acueducto Independencia, que hasta el momento acumula extracciones superiores a los 500 millones de metros cúbicos de agua a la cuenca del Río Yaqui para desviarla a la Ciudad de Hermosillo -lesionando existencialmente a la tribu Yaqui y a las actividades productivas del sur de Sonora- tipifica estás políticas hídricas torcidas, que profundizan el estrés hídrico de la entidad, animados por las ganancias especulativas que promete la expansión inmobiliaria de la ciudad capital.
Tenemos que superar estos tiempos oscuros y de pereza intelectual. Con la determinación política y aprovisionados de la ciencia y la tecnología, lo podemos lograr.
La sequía es un fenómeno cíclico, no un acontecimiento apocalíptico. Así lo entendieron las mentes previsoras que a mediados de los años sesenta, conceptualizaron el Plan Hidráulico del Noroeste (PLHINO), quienes anticiparon que los requerimientos de agua sobre la costa del pacífico, llegarían a un punto límite dado el necesario crecimiento poblacional.
El concepto del PLHINO sigue vigente y se hace más apremiante por el tiempo en que su realización se ha pospuesto. La idea de origen quedó expuesta en un compendio de la entonces Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH), elaborado en 1971 bajo el rublo de El Atlas del Agua.
En el documento se explica: la parte media del estado de Nayarit registra precipitaciones históricas cuatro veces más que la parte media del estado de Sonora. Condición que se mantiene hasta el momento.
Apoyados en esa realidad hídrica del noroeste y considerando que el potencial de expansión de la frontera agrícola se encuentra en la parte norte de Sinaloa y sur de Sonora, es que se origina la idea del trasvase de los importantes excedentes que retornan al mar, principalmente de los Ríos Santiago y San Pedro (Nayarit) para que sean conducidos a estas regiones, y contar así con una infraestructura que permita sortear en mejores condiciones los episodios de sequía, cubriendo el déficit del recurso que pesa sobre la región norte de Sinaloa y sur de Sonora.
No obstante que esta idea surge a mediados de los años sesenta, es hasta principios del presente siglo (20O3) que quienes integramos el entonces Comité Pro PLHINO Siglo XXI, en coordinación con el Ingeniero Manuel Frías Alcaráz, elaboramos el primer mapa a escala de la obra, cuyo trazo, en el tramo que comprende Nayarit-Culiacán, se desplaza por la parte media alta de la Sierra Madre Occidental, interconectado las cuencas por medio de túneles para asegurar que la mayor parte del trasvase se logre por gravedad. Y a partir de la Presa Sanalona (Culiacán) la conducción se realizaría por medio de un canal de 460 kilómetros hasta el Río Yaqui, aportando cerca de 300 metros cúbicos de agua por segundo.
En el mismo estudio hicimos la recopilación de los requerimientos físicos de la obra civil (carta de materiales), también el procedimiento para la elaboración de un presupuesto de capital que soporte la construcción del proyecto sin afectación al ejercicio fiscal ordinario del gobierno federal.
El descubrimiento más importante de estos estudios, es que la economía nacional cuenta con la capacidad física instalada para la realización de esta obra de gran impacto sobre la costa del pacífico y del país. Cerca del ochenta por ciento de la demanda de materiales de la obra, se puede cubrir con las capacidades del mercado nacional, principalmente los requerimientos de acero y cemento. Lo cual nos indica que no sería necesaria la contratación de deuda en dólares, al contarse con el respaldo físico interno para formular una política de crédito sobre la estimación de la tasa de retorno social-productiva del proyecto.
La situación que ahora se registra en el sur de Sonora, ya la vivimos en el 2003. La tensión de aquel momento derivó en un gran impulso por el proyecto del PLHINO, encabezado por productores de la región y ciudadanos comprometidos. De haberse iniciado entonces, ya lo tendríamos operando. Estaríamos disponiendo de 8 mil millones de metros cúbicos de agua adicionales sobre la costa del pacífico que nos proporcionarían la capacidad, no solo de administrar mejor los episodios de sequía, sino de cambiar el semblante del ecosistema en el noroeste de México.
Esto quiere decir que el hombre tiene la capacidad de incidir positivamente sobre los ecosistemas, para densificar los procesos vivientes, crear más vida en la forma de una ampliación de la masa verde para un aprovechamiento eficiente de la luz solar. Eso es lo que se lograría con el PLHINO, una redirección de los aprovechamientos del agua para cortar la recurrencia de los ciclos de sequía, con el poder de atracción de mayor lluvia sobre la plataforma continental por el incremento de la masa verde y sus columnas de humedad.
Si el PLHINO es necesario, entonces es posible. Admitir lo contrario, es despedirse del futuro de tus hijos, de esta región y del país.