Una mañana salió de casa más temprano y compró El Diario para ver si encontraba el trabajo soñado
Por: Jesús Huerta Suárez
Como propósito de Año Nuevo Julián se planteó buscar un nuevo empleo. No tanto porque le fueran a pagar más, pues sabía que era casi imposible encontrar algo así en esta ciudad, sino porque quería de todo corazón una chamba en que, por lo menos, pudiera salir de las cuatro paredes en que se había pasado los últimos tres años desde que salió de la preparatoria. Quería al menos algo más emocionante que ser un almacenista. Quería algo al aire libre; convivir con más gente.
Una mañana salió de su casa más temprano de lo común y compró El Diario para ver si encontraba el trabajo soñado. Se sentó en una banca de la plaza Cárdenas y revisó atento los anuncios hasta que encontró uno que decía: “Se solicita repartidor de comida que sepa manejar motocicleta”.
El anuncio le hizo “ojitos” y se le aceleró el corazón. Pensó que ésa era la oportunidad que estaba buscando. Soñó con la posibilidad de ganar algo extra con las propinas y sin dudarlo se dirigió a la dirección señalada.
Al llegar se dio cuenta que el solicitante era una conocida pizzería de la ciudad, y más gusto le dio. Pero por lo visto había muchos que querían un trabajo de ese tipo, pues había docenas de jóvenes esperando su turno para llenar su solicitud.
Entregó sus papeles y le dijeron que esperara cinco días para que le llamaran. Le pareció una eternidad, hasta que al quinto día le llamaron para decirle que se presentara temprano al otro día. Así lo hizo.
El jefe de inmediato le dijo que les había parecido que él era el candidato ideal para desempeñar el puesto por su carisma, y le preguntaron que si sabía manejar motocicleta. Les dijo que sí, pero era mentira. De cualquier manera, le darían un entrenamiento de dos días y ya estaría listo para salir a las calles. Le dijeron que el prestigio de esa pizzería se debía a que entregaban productos de calidad antes de los treinta minutos. Treinta minutos, ése era el reto. Quien no cumpliera tendría sanciones económicas y luego vendría el despido.
Poco a poco le fue agarrando confianza a la moto, y fue conociendo la ciudad. En un par de meses se convirtió en el repartidor número uno de esa sucursal. Se le veía pasar por las calles a toda velocidad. Su rapidez y buen servicio le hacía ganar propinas de los clientes satisfechos. Se sentía bien en su nuevo trabajo.
Entre los repartidores era común jugar carreras, incluso con los de la competencia. Por eso siempre andaban a exceso de velocidad, rebasaban por el carril de la derecha y se pasaban los altos con tal de llegar más rápido. Los peatones y los automovilistas les tenían pavor, pues casi todos los días había un accidente ocasionado por uno de estos repartidores. La gente les decía “Los Kamikazes”, pues, con tal de llegar antes de los treinta minutos, arriesgaban su vida y la de los demás.
Una noche Julián salió a hacer su última entrega del día. Le metió velocidad, pues su esposa lo esperaba para celebrar su cumpleaños número 24, pero él nunca llegó a su casa. Cuentan que se había pasado un alto y que un carro lo atropelló. Que había quedado tendido en la calle con la pizza calientita a un lado.
Nunca nadie pensó, menos su familia, que un simple anuncio pudiera haber cambiado sus vidas tan dramáticamente. Julián volvió a ser reconocido como el empleado del mes durante su sepelio. Muy pronto su lugar fue ocupado por otro de los famosos “kamikazes” que estaba dispuesto a brillar en su trabajo.
“Dime lo que quieres y te daré lo que necesitas”, Los Doobie Brothers
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