De política y cosas peores

Su nombre, Manuel Núñez; se hacía llamar Jorge Castell, era actor. Yo también lo fui, mas no debo haber sido bueno, siempre me llamé Armando Fuentes

Por: Armando Fuentes (Catón)

La joven sexoservidora conversaba con su cliente tras el sabido trance. Le dijo: "Tengo tres hermanas. Una es monja, otra es maestra y la tercera es enfermera". Sin ocultar su asombro inquirió el cliente: "¿Y cómo fue que tú llegaste a prostituta?". "Realmente no lo sé -contestó ella-. Lo atribuyo a mi buena suerte". Su nombre verdadero era Manuel Núñez, pero se hacía llamar Jorge Castell porque era actor. Yo también lo fui, mas no debo haber sido muy bueno, porque siempre me llamé Armando Fuentes, así, a secas. Se salvó de morir en el Hotel Regis cuando el terremoto del 85. Escaso de dinero, como suelen andar casi todos los actores, fue a la Ciudad de México y se hospedó en el bello y legendario hotel, pero tuvo sólo para pagar un cuarto que estaba prácticamente en la azotea. Cuando el edificio vino al suelo, él quedó sin un rasguño, y bajó de la montaña de escombros a la calle entre una nube de polvo. Por poco se le va la vida, pero por asfixia. Manuel Núñez -perdón: Jorge Castell- tenía a su cargo en Saltillo el cineclub de la Universidad. A sus funciones acudía poco público, pues las películas que ahí se proyectaban eran muy buenas. Una tarde, los únicos que estábamos en la pequeña sala éramos mi esposa y yo. Él nos dijo que le acababa de llegar una muy buena película francesa llamada "El salario del miedo". ¿Queríamos verla en vez de la que estaba anunciada? El título no prometía mucho -parecía el de un film de gangsters- pero atendimos la sugerencia. ¡Qué peliculón!, como decía siempre mi tío Federico al despertar en el cine cuando se encendían las luces al final de la función, después de haber dormido plácidamente desde que se habían apagado. Si alguno de mis cuatro lectores no la ha visto, búsquela y véala. Es una de las mejores películas que en mi vida he visto, y he visto muchas muy buenas. En estos días la recordé porque trata de un camino por el cual los conductores deben transitar en condiciones de peligro extremo. A ese tipo de caminos pertenece la carretera 57 en su tramo llamado de Los Chorros, cerca ya de Saltillo. Casi no hay semana en que no suceda ahí algún accidente grave, muchas veces con pérdida de vidas. Se trata de una pendiente pronunciada llena de curvas por la que bajan cada día miles de camiones pesados -trailers-, los más de ellos con exceso de carga y muchos guiados por conductores que no conocen ese tramo y bajan por él sin tomar ninguna precaución. Luego no pueden ya controlar su vehículo y se vuelcan o provocan choques con saldos fatales. En uno de los últimos accidentes sucedidos ahí perdieron la vida unos jóvenes esposos a los que trataba de despertar, llorando, su pequeño hijo de tres años. Cuatro muertos hubo en esa ocasión, y más de 15 heridos de suma gravedad. A las continuas peticiones que las autoridades locales hacen al Gobierno Federal para que se corrija el trazo de la carretera y se elimine ese peligrosísimo tramo, quizá el de mayor riesgo en el país, se responde siempre que no hay dinero. Ya sabemos el dinero dónde está: en obras faraónicas de muy dudosa utilidad y en dádivas a diestra y a siniestra para conservar la clientela electoral y fortalecer el poder unipersonal del rey del Zócalo. Inseguridad en las ciudades e inseguridad de todo tipo en las carreteras. Los mexicanos seguiremos pagando el salario del miedo. Él era inexperto; ella era sabidora. En el Ensalivadero, paraje umbroso y solitario al que acuden por la noche los novios en plan húmedo, él le preguntó tímidamente a ella: "¿Me dejas acariciarte?". Ella no contestó. Preguntó él, molesto: "¿Qué?, ¿estás sorda?". Replicó ella: "¿Y tú qué?, ¿estás manco?". FIN.

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