Durante el viaje a casa, al lado del camino veían carros parados y el auto no tuvo ningún contratiempo; les fue robado y 4 años después lo recuperaron
Por: Edel Osuna
Corría febrero de 1960, cuando una pareja que fue de Sonora a la Ciudad de México a presentar a su primogénito de 3 meses de edad a su familia, se vio atraído por un carro de diseño totalmente diferente. Los protagonistas de esta historia son los esposos Enrique y María Luisa, así como sus hijos.
Ya en la CDMX, Enrique leyó acerca de un carro que prometía rendimiento, espacio y potencia, por lo que acudieron a la agencia y ahí apreció el primer Volkswagen Sedán tipo 113, modelo 1959, color azul eléctrico, el cual llegó a tierras aztecas vía marítima; quedó fascinado.
Tras varios días en la capital del país, donde presumieron su vocho, decidieron emprender el viaje de mil 700 kilómetros de regreso a Ciudad Obregón, donde el matrimonio radicaba; en el trayecto no tuvieron ningún problema, pero sí vieron los clásicos carros americanos parados al lado de la carretera, o por falta de gasolina o porque se habían calentado.
Ya en casa, convencieron a uno de sus vecinos para que también se hiciera de un vocho, y así fue; desde entonces el vocho acompañó al matrimonio en todas las tareas: desde ir por los hijos a la escuela, hasta llevarlos y traerlos del trabajo.
Conforme la familia aumentó en número, a Enrique le ofrecieron otro empleo en la Ciudad de México, por lo que hicieron maletas y partieron; la llegada a la capital transcurrió sin novedad.
El vocho mostró de qué estaba hecho, pues ya con 4 hijos, debían llevarlos a la escuela y a paseos familiares; además, como el carro era de una mecánica tan sencilla, que el cabeza de familia le hacía las modificaciones a fin de modernizarlo.
Conforme los chicos crecieron, el escarabajo fue imprescindible para la escuela o las reuniones, pero al final, el pequeño automóvil quedó en manos de uno de los muchachos: Arturo, quien lo usó tanto para ir a la universidad, como al egresar para asuntos de trabajo; también el Volkswagen estuvo en la boda del joven y en él montó sus pertenencias para emprender una nueva vida.
Sin embargo, no siempre todo fue felicidad, pues la sobra de la delincuencia alcanzó a Arturo: le robaron el vocho.
No obstante, y tras cuatro años de búsqueda, por fin Arturo encontró su herencia: el Volkswagen yacía afuera de un taller mecánico, en la alcaldía Iztapalapa, pero estaba en buen estado.
Con el apoyo de policías judiciales, así como de haber interpuesto un juicio, Arturo demostró la propiedad del vocho, y el vehículo regresó a casa, a la familia.
Pese a que Enrique y María Luisa ya fallecieron, el heredero conservó el auto con el firme propósito de restaurarlo y la carretera en él.