Extinguido en el sur
Por: Gerardo Armenta
Álamos es o debe ser uno de los pocos lugares sur del estado (con excepción de Guaymas) que celebra anualmente las festividades del Carnaval. Es notorio y sabido que éstas prácticamente se han extinguido en las comarcas de esta parte de la entidad. No es fácil, sin embargo, precisar las razones que indujeron tal desaparición. Pero no puede negarse que en tiempos no muy lejanos tuvieron una gran proyección social o pública. Recuerdan los que saben de estos menesteres, la presencia de lo que se conocía como “mascaritas” (gente que salía a la calle con vistosos ropajes y enmascarada mediante el uso de capuchones), que en los días de Carnaval marcaban presencia en las calles y plazas principales. También los diversos bailes (tanto populares como elitistas) que se organizaban tenían de suyo la infaltable presencia de sus propias “mascaritas”.
Así era (obviamente descrito a grandes y faltantes grandes rasgos) el Carnaval de antaño y que dejó de ser de un tiempo a la fecha. Las razones de que haya ocurrido así se pierden un tanto en la neblina del tiempo. El caso es que hoy, por lo visto, nadie extraña (ni tiene por qué hacerlo) esa clase de celebraciones anuales que, para ser francos (según cuentan los que saben de estos menesteres) eran un tanto desordenadas en diversos aspectos, empezando por el etílico (la “pistiada”, dicho más científicamente). Por eso, hoy en buena hora (y quizá mala para quienes podrían añorar ese pasado lejano, aunque no tanto), el Carnaval ocurre, donde todavía lo celebran en el ámbito sureño, como en Álamos. Es decir, entendido como un evento sanamente lucidor y con evidentes implicaciones turísticas a nivel regional que se traducen en una siempre deseable derrama económica lugareña.
De esta manera, el Carnaval alamense tuvo lugar el fin de semana anterior. Llama la atención que en esa bonita población el evento es prácticamente ya una tradición, en tanto que suma 30 años de que se lleva a cabo. Obviamente su desarrollo descansa en una sana programación artística y musical, además del clásico desfile de carros alegóricos. No podía faltar (como no faltó) la representación de lo que históricamente se conoce en la celebración como “la quema del Mal Humor”. Este fue uno de los eventos que más llamó la atención, junto, por supuesto, con la elección de la reina del Carnaval. “La quema del Mal Humor” radicaba antaño en incinerar simbólicamente a un ciudadano al que prácticamente se juzgaba en público (identificándolo por su nombre) como responsable de todos los males habidos y por haber, especialmente los propios de la comunidad, pero dicho todo en un marco de jocosidad. (Realmente lo que se quemaba era una especie de muñeco mal hecho).
Y según cuentan quienes históricamente conocieron de estos hechos, la clásica “quema del Mal Humor” solía ser uno de los eventos estelares de los Carnavales de antaño, consciente todo mundo de que así se juzgaba y castigaba a las personas más odiadas u odiosas del rumbo. Pero en lo general, esos tiempos sureños se fueron para no volver y quizá poco a poco caen en el olvido, lo que es entendible. No todo prevalece como parte del contexto social. Es claro que lo que gustó a generaciones pretéritas, no tiene por qué ser del agrado de las de hoy. Esta es una simple mecánica social o de desarrollo que se explica por sí sola.
Aunque también es cierto que las tradiciones lo son porque soportan el paso del tiempo, muchas veces enriqueciéndose con ese transcurrir. Pero no siempre acontece así y no es preciso que ocurra forzosamente, porque estamos hablando de temas, materias o actitudes que no pueden ser impuestas de manera obligatoria. Sin embargo, lo importante es que, a pesar de todo lo que se pueda comentar sobre el tema, en Álamos se mantiene la tradición de Carnaval como un evento al que se le destina una apreciable organización que se ha convertido en un especial atractivo turístico de los muchos que tiene esa población en buena hora. Esto es lo importante.
En lo general y particular, entonces, el Carnaval ya no es lo que fue, y no tiene por qué serlo. Las tradiciones son las tradiciones. Sí, pero también cada tiempo o etapa de la vida reserva para sí el modo en que debe ser asumida. Tan sencillo como eso.
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