Fue expulsado de las filas priistas sin mayores contemplaciones, tal si fuera un militante más o propio del montón
Por: Gerardo Armenta
En lo que seguramente es un tiempo sobradamente inopinado para ello, un partido como el PRI saltó de pronto a los titulares periodísticos por razones quizá no muy propicias para documentarlas en una coyuntura electoral como la de hoy. Aunque en realidad nada de lo que ha pasado en el ámbito de ese partido durante los últimos días, puede quedar al margen de la suposición de que se trata de hechos que ocurrirían más temprano que tarde de una u otra manera. Todo debió ser cuestión de esperar para que sucedieran.
Primero fue la renuncia de Alejandra del Moral a las siglas tricolores. Y casi inmediatamente después se produjo la asombrosa expulsión de Alfredo del Mazo de las filas tricolores. Le fincaron cargos por traición al partido. Insólito uno y otro hecho. Del Moral fue la candidata perdedora en la reciente contienda por la gubernatura del Estado de México. De allá viene todo. Después Del Mazo, ex gobernador mexiquense que cargó con la derrota electoral a que se alude, fue expulsado de las filas priistas sin mayores contemplaciones, tal si fuera un militante más o propio del montón.
En todo este embrollo quedó claro que Del Moral dejó al PRI para ingresar a Morena. Rápido y sin andar con medias tintas. En cambio, lo que tiene que ver con Del Mazo se tardó un poco más. Las pruebas en contra suya fueron recabadas durante siete meses por la Comisión de Justicia Partidaria del tricolor. Al mismo tiempo, la que determinó expulsarla del seno partidista fue su Comisión Permanente. ¿Están “pesados” en el PRI al grado d que hoy se permiten hasta correr de sus filas a un ex gobernador de la talla o el abolengo político del aludido?
Si en el PRI existe una especie de aristocracia política, Del Mazo, por línea política familiar, pertenecería sin duda a esa selecta cofradía que tiene como origen al célebre Grupo Atlacomulco, también en desgracia desde hace tiempo. A Del Mazo lo acusaron siempre de ser alguien cercano a Morena. Hoy el PRI le ha cobrado la factura respectiva, aunque el momento para ello (a unas horas de las elecciones) no parecería el más indicado. Pero debe ser claro que la renuncia partidista protagonizada por Alejandra del Moral precipitó los acontecimientos. Resta por saber a qué embajada o consulado llegará pronto del Mazo.
Mientras tanto, el tiempo electoral sigue su curso y está a punto de agotarse. El domingo es la fecha. Podría afirmarse que se trata del gran día. Sí. El día de las elecciones que obliga o induce a presentarse en las urnas para marcar presencia en un tiempo ciertamente importante para el país y para cada quien en lo personal. Es una jornada ciudadana con subrayado relieve que no debería ser ignorada por nadie. Bien se sabe que el adversario más terrible de un tiempo comicial es el abstencionismo.
De suyo lo ha sido siempre. Lo que ocurre es que parecería que con el paso del tiempo ha incrementado sus porcentajes, al grado de que hoy resultan dañinos para la salud de una siempre deseable cultura democrática óptima. A decir verdad, éste parecería un tema de siempre en un contexto como el de nuestro país. Parecería también que a ciertos sectores ciudadanos es preciso llevarlos a rastras (término exagerado pero ilustrativo) a los lugares de votación. Es obvio que las cosas al respecto no deberían ser así.
Pero en un contexto como el de este país funcionan así. Siempre en coyunturas como la de hoy sale a relucir una marcada o gran ambientación electoral. Pero curiosamente a menudo esa actitud animosa no se traduce en una presencia frontal y animosa en las casillas electorales. Nada de lo que significan estas líneas entraña mayor novedad. Al respecto del tema de que se habla se ha escrito muchísimo sobre el abstencionismo en muy diversos ámbitos de opinión.
Hoy mismo en esta particular coyuntura no ha sido la excepción. Parecería una perogrullada decirlo, pero las elecciones se hacen para que la ciudadanía salga a votar. Votar en uno u otro sentido, hacerlo a favor o en contra de las opciones o alternativas en juego, no compromete las convicciones de nadie. Es al revés, las vigoriza, porque votar es una forma de llevarlas a la práctica en el sentido que cada quien quiera o disponga. El que se describe puede ser un acto político o un ejercicio de convicción personal. Estotambién lo decide cadaquien.
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