Descuidos, omisiones, dudas, corruptelas y demás están pasando la factura de años y años de desatender a los hijos
Por: Jesús Huerta Suárez
Algo que salta a la vista de todos debido al desorden social que estamos viviendo en nuestro país: secuestros, alzas continuas en los precios, falta de empleo, corrupción, narcotráfico y demás cabezas del monstro que nos está queriendo aniquilar, para colmo de males, es nuestra falta de fe. No creemos en la policía, no creemos en los empresarios, no creemos en el gobierno ni en los funcionarios, no creemos en la familia, no creemos en Dios y, lógicamente, no creemos en nosotros mismos.
Decimos o pensamos que todos los policías están inmiscuidos con los delincuentes; que los empresarios sólo quieren enriquecerse y fomentar el capitalismo salvaje, que los gobernantes no sirven para nada más que para robar a diestra y siniestra; nos vale un cacahuate partido por la mitad lo que nuestra familia piense de nosotros, y somos unos ateos nihilistas. Y en esta falta de fe, creo, radica el más grave de los males que nos está dejando como saldo la desintegración de la nación.
Estamos olvidando nuestro pasado de esplendor. Estamos olvidando que somos un pueblo religioso. Estamos olvidando que nos encontramos enseguida de dos de los más grandes mercados mundiales. Olvidamos que siempre nos hemos sabido levantar de las caídas, y que cuando se trata de estar unidos hemos demostrado nuestro coraje. Ahora, los tiempos no son malos del todo, son simplemente diferentes. Tenemos que cambiar sin morir en el intento.
Nuestros descuidos, omisiones, dudas, corruptelas y demás fallas nos están pasando la factura de años y años de desatender a nuestros hijos y de nuestra apatía como ciudadanos. Hemos cambiado la sabiduría y el sentido común por lo que los mercachifles del vacío total de la televisión dicen, y seguimos vendiendo nuestro voto al mejor postor y sin levantar de voz ante las injusticias. Hemos adquirido sólo los malos hábitos de los vecinos del norte haciendo a un lado los buenos. Hemos cambiado los libros y la salud por el alcohol y los hoteles de paso. Cambiamos a la familia por el reventón. Nos metimos en la boca del lobo sin darnos cuenta y ahora no sabemos que hacer más que echarle la culpa a los demás y perder la confianza.
Esta es una prueba de fuego para el espíritu del pueblo mexicano, si después de este tsunami de barbarie y estupidez seguimos sin cambiar nuestras actitudes de soberbia, egoísmo e ignorancia habremos perdido la guerra y terminaremos llorando en el árbol de la noche triste. La moneda está en el aire. Es una decisión de cada quien pero que afecta a todos.
“Yo quisiera que naciera en el fondo de mi alma la semilla de la fe. Para regarla con lágrimas que mi egoísmo, tal vez celosamente ha guardado, al no permitir la luz en donde al fondo se vislumbra la figura de Jesús”. Lic. Gabriel Alfaro C.
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