Un día después se empezaron a fraguar las primeras historias; desde las altas cúpulas del gobierno a tejer una memoria de la conjura
Las memorias son como las verdades: existen tantas como las personas mismas. El cómo será recordado alguien o algo depende de muchos factores, los cuales van más allá de los hechos materiales concretos y tienen más que ver con factores subjetivos. ¿Qué quiero recordar? ¿Qué quiero que otros recuerden? ¿Qué espero que resulte de dicha remembranza? La memoria es una reconstrucción del pasado hecha para explicar el pasado a partir de nuestras experiencias y nuestras expectativas presentes. Es una interpretación tanto personal como colectiva de lo ya acontecido, la cual se encuentra en permanente diálogo con lo que ya conocemos y lo que esperamos que suceda.
En ese sentido, la forma en la que recuerdo algo hoy puede que no sea la misma a como la recuerde mañana. De la misma manera, como yo me acerco a mi memoria no es la misma que la de mis amistades, parientes o vecinos. No basta con señalar que el dos de octubre de 1968, el Ejército mexicano acabó con la vida de cientos de activistas estudiantiles en la Plaza de las Tres Culturas, en la actual Ciudad de México. Hay que saber por qué y para qué ocurrió esto.
Pero, a todo esto, ¿cómo es recordada la Matanza de Tlatelolco?
Desde el mismo 3 de octubre de 1968, un día después del terrible crimen de Estado, se empezaron a fraguar las primeras memorias de lo acontecido: Desde las altas cúpulas del gobierno se tejer lo que la historiadora Eugenia Allier nombra como una memoria de la conjura. Se trató de un discurso, una explicación de lo acontecido a partir de una supuesta conspiración internacional para desprestigiar a nuestro país. Promovida por años por el gobierno mexicano, así como amplios sectores de la derecha, esta memoria chocaba con una memoria de la denuncia. Los sobrevivientes de la represión, pese a todas las dificultades impuestas por una estructura autoritaria, lograron alzar la voz y denunciar las vejaciones realizadas hacia propios y ajenos.
Por décadas, estas dos visiones, estas dos propuestas, marcaron la manera en la que se recordaban los trágicos eventos de la Plaza de las Tres Culturas. Pero las memorias, como las personas, no son estáticas. La memoria de la denuncia fue ganando cada vez más fuerza. No sería hasta el año 2000, y la consolidación de la llamada “Transición Democrática”, que ésta se consolida como la memoria hegemónica, con sus contadas excepciones. Es durante los dos gobiernos panistas de principios de la década que, a regañadientes, la tragedia del 68 mexicano aparece por primera vez en los libros de texto gratuitos.
Y a la par de dicho reconocimiento, se empieza a tejer un nuevo discurso, una nueva interpretación que pone al 2 de octubre al centro del largo camino hacia la democracia, hacia la transición. La memoria del elogio comienza a cobrar fuerza entre los quienes se autodenominaron como demócratas. Ya no se trata solamente de un abuso de autoridad, de un exceso del uso de la fuerza por parte de un gobierno autoritario, sino que ahora es el punto de partida de “un mundo mejor”.
Curiosamente, algo que suele olvidarse o dejarse de lado en todas estas memorias es el movimiento estudiantil mismo. Pareciese que lo importante es recordar la tragedia y las movilizaciones, la muerte y no el activismo. Las víctimas, pues, no tienen agencia y son más fáciles de apropiarse.
Como como hemos visto hasta ahora, las memorias no son estáticas. Están en diálogo permanente con el presente y el futuro. Y si algo logró el gobierno de López Obrador, con todo y sus claro oscuros, es cambiar la manera en la que la política mexicana es entendida y practicada. Incluso me atrevería a decir que nos encontramos ante el final de la narrativa de la “Transición Democrática”. Pero, si nos encontramos en la recta final de la transición, ¿qué le depara a la memoria desde la transición? En ese sentido, valdría la pena preguntarnos: ¿qué le depara a la memoria del 2 de octubre?
Si el internet puede servirnos, tentativamente, de brújula, podemos vislumbrar un futuro de disputas. Valdría la pena señalar que, durante las remembranzas en torno a la Matanza de Tlatelolco del 2023, un amplio sector de la derecha antiobradorista online se posicionó como promotora de la memoria de la conjura. Y es que, si Obrador se coloca como heredero de dicha tragedia, lo natural para parte de su oposición es tratar de deslegitimarla. Pero el futuro en incierto. Las disputas por la memoria son inevitables. Habrá que mantenerse atentos y navegar esta incertidumbre, siempre conscientes de que nuestro presente dicta nuestro pasado, así como nuestro futuro.
*Egresado de la XVIII promoción de maestría en ciencias sociales 2020-2021, de la línea Estudios Históricos de Región y Frontera de El Colegio de Sonora