Al tenor de esa forma de ser, sorprende y llama la atención que haya obtenido una formidable y cuantiosa victoria electoral
Por: Gerardo Armenta
El temor siempre existió, si bien matizado por alguna forma de esperanza. De una u otra manera parecía que las cosas no asumirían el dramatismo que terminó por configurarlas. Un empate en las marcaciones finales de las encuestas terminó por empujar y acreditar la razón de los hechos. Fue entonces cuando se abrió camino la posibilidad casi segura de que Donald Trump ganaría la reciente elección presidencial de Estados Unidos.
En estas alturas este es un hecho consumado y prácticamente histórico. En otras palabras, la temida e inquietante vuelta de Trump a la Casa Blanca, es hoy por hoy un hecho irrebatible. En todas partes del orbe (dicho sea, con alguna forma de exageración), el comentario gira alrededor de este suceso. La expectación, se complementa o matiza con el recuerdo de la increíble forma en que Kamala Harris (la aspirante demócrata) alcanzó una votación propia a lo largo de la jornada electoral que jamás puso en riesgo la acumulada por Trump.
En más de un sentido, y con intensidad que no es posible ignorar, a lo largo de la campaña corrió la especie de que Trump no podía ni debía ganar la elección por la Casa Blanca. Simplemente por ser como es: alguien peleado casi a muerte con las menores características de lo que son la simpatía y la sencillez, pero practicante de modos personales y políticos que tienen que ver con la altanería, el desdén, la arrogancia y el ninguneo de personas y formas, además de sus conductas que le han enfrentado con la ley. Para nada resulta novedosa una descripción de Trump como la anterior.
Al tenor de esa forma de ser, sorprende y llama la atención que haya obtenido una formidable y cuantiosa victoria electoral sobre quien se desempeñó como vicepresidenta de Estados Unidos antes de ser candidata. De nada le ayudó a Kamala Harris el ejercicio de este cargo. La democracia puede ser injusta, dicho sea, un tanto subjetivamente.
La postulación de Trump puso a temblar a medio mundo en todo el mundo, si se nos permite la expresión, en virtud del negativo ánimo personal que siempre le distingue. En México rápidamente cundió la alarma cuando se advirtió que el candidato republicano empezó ganar terreno en la campaña. Hoy, en un país como el nuestro, una buena parte de la ciudadanía sabe y conoce a plenitud el tenor de las amenazas comerciales, políticas y de acoso o exigencia que el futuro gobierno norteamericano pondría en práctica contra México si aquí no se acatan planteamientos o señalamientos suyos en una importante variedad de temas, especialmente el que tiene que ver con la migración ilegal que viene de Centro y Sudamérica, y la propia nuestra hacia allá, además del juego que trae desde ahora con la imposición de aranceles para ciertas exportaciones.
Se sabe también, porque él mismo lo ha dicho, que está dispuesto a cerrar la frontera con México desde el primer día de su gobierno como una forma de presión para lograr todo lo que quiere. Por ningún lado asoma en las expresiones de Trump alguna forma de comprensión o entendimiento sobre las realidades más dolorosas o tristes de un país como el nuestro. Su manera de gobernar, entonces, se basará en la coacción o la amenaza planteada a voz en cuello.
El primitivismo de estas acciones salta por sí mismo a su mero enunciado. Pero conviene recordar que forman parte de un eventual plan de acción del que será titular del gobierno de un país prácticamente pegado al nuestro. Asombra que ese personaje cargue invariablemente contra México como si en su país no existieran responsables por las culpas que endereza sólo para este lado de la frontera. He aquí un reparto injusto de señalamientos por donde quiera ser visto.
En buena hora, Donald Trump no empieza todavía la tarea de gobierno para la que fue electo. Aunque realmente falta poco para que lo haga. No cabe pensar que de aquí a entonces vaya a cambiar un tanto la cuadrada forma que tiene para ver los hechos relacionados con México en muy diversas materias de la gobernación y el comercio. Sin embargo, nadie puede aspirar a tener una razón tan absoluta como la propia de que hace gala el inminente mandatario de Estados Unidos.
No en balde, entonces, hay inquietud y temor por el encuadre que dará a su venidera gestión de gobierno, particularmente en lo que concierne a un país como México. Posiblemente algunos de estos juicios podrían no traducirse en hechos y cambien su tenor a la hora de entrar en práctica. Ojalá. Eso es lo que cabría esperar. Pero no hay apuesta que valga en ese sentido. La víspera parecería hablar por sí sola.
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