La migración no comienza con un paso hacia el horizonte, sino con una resta en la mesa de la cocina. Empieza en el silencio de una noche en Santa Bárbara, Honduras, o en Quetzaltenango, Guatemala, cuando un padre o una madre mira el cuaderno de cuentas y comprende que la honestidad ya no es rentable. Es el cálculo frío entre el hambre y la esperanza.
Allí, bajo la luz de una bombilla desnuda, se gesta la decisión. No es un impulso aventurero; es una transacción económica desesperada. La canasta básica sube por el ascensor y los salarios por las escaleras. Entonces, se llega a la conclusión brutal que en buena parte define la migración latinoamericana: para que cinco coman, uno debe desaparecer. El migrante se ofrece como tributo, hipotecando no sólo su futuro, sino el de su linaje, al firmar un pacto oscuro con el "coyote". La deuda inicial es el primer grillete; antes de cruzar la primera frontera, ya pertenecen a otro dueño.
Si logran burlar al desierto y a los cárteles, aterrizan en lo que eufemísticamente llamamos "el mercado laboral flexible". En realidad, es la Economía de la Sombra. Se convierten en los fantasmas indispensables del "sueño americano". Son las manos que recogen la fresa en California bajo un sol que derrite el asfalto; son las espaldas que cambian las sábanas en los hoteles de Manhattan donde nunca podrán dormir; son los pulmones que respiran polvo de yeso en las construcciones de Florida.
Realizan los trabajos de las tres "D": Dirty, Dangerous, Demanding (Sucios, Peligrosos, Exigentes). La paradoja es sangrante y la hipocresía, monumental. Mientras la retórica política en Washington los tilda de "carga" o "invasión", los libros de contabilidad dicen lo contrario. Según datos del Comité Económico Conjunto del Congreso de EE.UU., los inmigrantes no sólo llenan vacíos laborales críticos, sino que impulsan el crecimiento con billones de dólares en actividad económica. El sistema es adicto a su mano de obra barata, pero alérgico a su existencia legal. Viven con el miedo no a ser expulsados, sino a la inactividad; sabiendo que cada dólar que no logran ganar por miedo o cansancio es un plato de comida que desaparece en la mesa que dejaron atrás.
Así nace el amor vía Western Union. El afecto se digitaliza. La paternidad se ejerce a través de una pantalla de cinco pulgadas por WhatsApp. Los padres se pierden los primeros pasos y las graduaciones a cambio de financiar, desde la distancia, unos zapatos Nike o una carrera universitaria. En los pueblos de origen, el paisaje cambia: se levantan las "casas de remesas", palacetes de concreto y vidrios polarizados en medio de calles de tierra. A menudo, son mausoleos vacíos, construidos para un retorno que se posterga eternamente, habitados sólo por los abuelos o por el eco.
Pero la tragedia moderna no es sólo la del campesino sin letras. La trituradora del norte también devora el intelecto. La ruta hacia Estados Unidos no es sólo un trayecto geográfico, sino un "cementerio" a cielo abierto donde el talento y la promesa pueden perecer. En junio de 2022, el calor de Texas quemó los sueños de 53 personas dentro de un tráiler abandonado en San Antonio. Entre los cuerpos asfixiados, abrazados en la oscuridad de aquel ataúd con ruedas, estaban Alejandro Miguel Andino, de 23 años, y su esposa Margie Tamara Paz, de 24.
Alejandro y Margie no huían de las balas de una pandilla, ni de la sequía bíblica. Huían de la inutilidad profesional. Según reportó la BBC y confirmó la familia al New York Times, él era licenciado en Marketing; ella, licenciada en Economía. En su tierra, sus títulos universitarios valían menos que el papel en el que estaban impresos. Vendieron todo, desde los muebles y electrodomésticos hasta los recuerdos, no para comprar un lujo, sino para comprar una oportunidad.
Al horror de su muerte se suma, como despiadado golpe final, el inventario de sus pertenencias. En sus mochilas no llevaban armas ni drogas. Llevaban su ropa de vestir, planchada y doblada. Iban listos para una entrevista de trabajo que jamás sucedería. Su historia es el testimonio final del "Brain Drain": la prueba de que la pobreza estructural no sólo expulsa a los desposeídos, sino que amputa el futuro de una nación, enviando a sus hijos más brillantes a morir asfixiados en la caja de un camión, soñando con ser explotados en una tierra ajena.
El Dr. Castro fue consejero externo para el Gobierno mexicano y presidente de la comisión de asuntos fronterizos del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME). Ha sido catedrático, decano y vicerrector para desarrollo internacional en Pima College de Tucson, Arizona.




