Juegos Olímpicos de París ante el deporte mexicano

México obtuvo una medalla de cobre. Algo es algo, se dirá. Pero debe reconocerse que, en términos sobre la materia, tiene un gran valor

Por: Gerardo Armenta

Los Juegos Olímpicos de París empiezan a tomar forma. México obtuvo ayer una medalla de cobre. Algo es algo, se dirá. Pero debe reconocerse que, en términos sobre la materia, una presea de esa naturaleza tiene un gran valor o significado. No comparable con las propias de oro o plata, pero de ninguna manera desdeñable. Aparte, suele decirse que el simple hecho (ni tan simple) de competir en una Olimpíada representa ya un gran valor simbólico en sí mismo.

Aunque la verdad es que, en toda competición, más allá de su nivel o jerarquía, tiene que suponerse o dar por cierto que el ánimo de sus participantes no puede ni debe ser otro más que agenciarse el triunfo. Aquello de que lo importante no es ganar, sino competir, puede ser una frase con mucho simbolismo o filosofía honorables, pero lo cierto es que el verdadero ánimo al respecto siempre está orientado por la gana del triunfo.

En el plan olímpico la premisa anterior debe ser exactamente igual. Otra cosa muy distinta suele ser llevarla hasta su feliz conclusión. Sí. Competir debe ser muy bonito y hasta honorable. Pero la derrota es otra cosa. En los Juegos Olímpicos de la modernidad se ha vuelto muy predecible quiénes y por qué terminan agenciándose la mayoría de las medallas en sus tres distinciones. De suyo, son los países de siempre los que terminan conquistando todas las distinciones, porque simple o llanamente sus atletas son los mejores.

El gigantismo de las Olimpiadas de hoy sin duda ha propiciado la pérdida de mucho del espíritu original del evento ideado en la antigua Grecia. El tenor de ese espíritu fue básicamente atlético y casi individual y hoy la agenda de los Juegos Olímpicos tiene competencias que enfrentan a equipos con numerosos integrantes, tal si se tratara de una simple cartelera deportiva dominical. Además, las ceremonias de inauguración del evento cada vez son más fastuosas o cinematográficas. En París el comienzo de todo lo hicieron en las aguas del río Sena, en una concentración verdaderamente fastuosa, lo que sea de cada quien.

Pero más allá de estas consideraciones generales, convendría quizá particularizar y formular alguna pregunta sobre lo que cabe esperar de la delegación mexicana en los Juegos Olímpicos de París. La respuesta quizá no pueda ni deba ser entusiasta en una primera aproximación, si bien esta apreciación no tiene por qué ser una especie de sentencia inapelable. Las cosas en el deporte suelen ser impredecibles. Pero también el deporte en todas sus manifestaciones suele tener una lógica o evidencia irrebatible. Allí gana el más fuerte o el que mejor se preparó, virtudes que también van unidas en las competencias olímpicas.

Y todos sabemos dónde se ubican en el mapa mundial el más fuerte y el que mejor se preparó. El deporte olímpico mexicano (como el deporte en general) dista mucho de tener el brillo merecería tener al paso del tiempo que ha transcurrido. Aunque las sorpresas no son ajenas en las competencias, al final éstas tienen cierta lógica y obedecen a realidades que no es posible ignorar. En México el deporte amateur ha carecido siempre del brillo que históricamente debería haber mostrado a tono con los discursos existentes sobre la materia.

Pero en este ámbito se ha cometido el grandísimo error de suponer que deportistas triunfadores en su particular rama, podrían ser también aptos o capaces para desempeñarse como titulares del área gubernamental respectiva. Y con más pena que gloria se les nombra para ejercer un cargo oficial para el que evidentemente no tienen la preparación requerida, por más triunfos o medallas que hayan obtenido en las canchas o estadios. Tal es el insultante drama existente al respecto.

No en balde, entonces, el deporte hecho en México siempre ha estado singularizado por derrotas o fracasos, con las pertinentes excepciones del caso, dicho sea, para no incurrir en exageración. Pero en conjunto las realidades en la materia han sido y son como son como históricamente se les conoce hasta ahora. La Olimpiada de París puede marcar diferencias en relación con lo que se comenta. Pero esto es algo que estaría por verse. Puede aceptarse que en las competencias deportivas no hay nada escrito. Pero también debe ser propio reconocer que eventos de esa naturaleza tienen de su lado una lógica que no es válido ignorar nada más porque sí.

Al final del comentario, no está de más desear lo mejor para la delegación olímpica mexicana que viajó a París, sin duda con la gana de poner muy en alto el nombre del país. Ojalá…

armentabalderramagerardo@gmail.com


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