El Baúl

De la vieja pintura de mi baúl que una vez fue índigo, sólo quedaban restos, aunque la madera se mantenía sólida

Por: Jesús Huerta Suárez

Otra vez, sumido en una de esas depresiones que suelen visitarme; por algún dolor del alma, del cuerpo, o por la falta de lana, el temor al reloj, el caos nacional, más lo que se acumule, como en la lotería.

El mundo estaba gris a mí alrededor, al grado de que las cosas que por tantos años adoré, como los atardeceres, los árboles, una buena charla y las sonrisas, ahora me parecían insulsas; absurdas.

Así anduve por varios días, cual animal herido de muerte que solo espera el ocaso para llorar, hasta que de pronto recordé aquél viejo baúl que por años había tenido olvidado. Ese cofre en donde guardaba mi más grande tesoro musical y que representaban las etapas de mi vida. Desde la niñez, adolescencia, rebeldía y un poco de madurez, pasando por la melancolía y los idealismos de la juventud, todo revuelto en un mar de añoranzas.

De la vieja pintura de mi baúl que una vez fue índigo, sólo quedaban restos, aunque la madera se mantenía sólida como cuando lo metí al fondo del pasillo. Al abrirlo, respiré polvo con aroma de recuerdos. Encendí el tocadiscos y mientras las notas musicales comenzaban a surcar el aire, mis ojos se humedecieron. Me sentí vivo de nuevo; las bondades de una canción de mi gusto cautivaron de nuevo mis oídos y me hicieron flotar en un hechizo en donde había cupo para todos mis sueños y para la existencia de todas formas de vida que pueblan este mundo confuso.

La música me tenía ahí, sentado, en espera de un nuevo día para abordar con esperanza lo que el mañana podría traerme. Las ricas texturas surgidas del sutil rasgueo de las cuerdas de una guitarra o de un piano enchinaron mi piel. Los chelos crearon un dulce remolino al son de los tambores por el que me dejé llevar sin miedo alguno. El tiempo quedó dentro de una botella y, alejado de la brújula y de cronos, permití que las notas musicales tejidas por miles de hombres y mujeres, cobijaran mi infortunio. El correr del sonido lavó mis pesares; levanté la vista al cielo en señal de agradecimiento por tantas joyas ahí guardadas. De pronto estaba ante un tesoro de acordes, melodías y ritmos digno de cualquier rey. El rumor de los sonidos del silencio y el eco de la tierra y el universo bellamente entrelazados, me hicieron volver a la vida. Gracias a Dios por la música que reconforta las almas. Gracias a ese viejo baúl que me ayudó a salir de mi encrucijada para no volver…espero.

“Cuando la vida se pone dura, hay que cambiar” Blind Melon

chuyhuerta3000@gmail.com


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