Debate presidencial

El primero de tres

Por: Gerardo Armenta

El próximo domingo se llevará a cabo el primer debate entre aspirantes a la presidencia del país. Esto significa que el venidero 7 de abril a las 20 horas se encontrarán quienes hoy por hoy contienden por ese señalado cargo. No está del todo claro si existe o no un desbordado afán ciudadano por atender la realización de ese evento, importante sin duda alguna por lo que significa (o debería significar) en una elemental primera instancia democrática.

Bien se conocen los nombres de quienes participarán como contendientes en ese evento. Dos candidatas y un candidato presidenciales estarán allí como figuras estelares: Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez. A Sheinbaum la apoya una coalición política formada por Morena, PT y PVEM. Otra coalición de la misma naturaleza está con Gálvez: PAN, PRI y PRD. Álvarez Máynez no llegó a tanto y sólo lo respalda el partido Movimiento Ciudadano.

Dos periodistas estarán como moderadores del evento. Se trata de Manuel López San Martín y Denise Maerker. Cabe señalar que en debates de esta naturaleza siempre hay problemas para elegir a quienes se encargarán de conducirlos. Por esta o por aquella razón siempre es lo mismo. Esta vez, por ejemplo, de buenas a primeras se quiso impedir que López San Martín estuviera en el debate. Representantes de Morena y el Partido del Trabajo plantearon una curiosa exigencia ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral para removerlo.

En el colmo de la ociosidad, tales personeros partidistas pretendieron dejar fuera del evento al periodista y nombrar otro en su lugar sólo por el supremo pecado de que formuló unos comentarios sobre Hugo López-Gatell, ex subsecretario de Salud. Olvidaron los demandantes ante el INE que este personaje es quizá el más repudiado por la opinión pública del país tras su desastroso o inepto desempeño durante la pandemia del Covid. Cómo olvidar sus diarias conferencias de prensa, donde, entre boberías y torpezas, jamás dijo algo que sirviera para enfrentar el grave problema que enfrentó el país.

En el pecado llevó la penitencia. Recientemente quiso figurar como candidato a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. No llegó ni a la esquina con su pretensión. De inmediato quedó claro que nadie lo tomó en serio precisamente por su condición política de impresentable. El caso es que en el INE rechazaron rápidamente la descalificación planteada por Morena y el PT en contra del periodista Manuel López San Martín para removerlo como uno de los moderadores del primer debate presidencial.

Y todo, como queda dicho, por haber criticado a un personaje repudiado y a quien tiempo le hará falta para entender o calibrar su desastroso quehacer como funcionario de Salud en una de las coyunturas médicas más críticas que históricamente haya experimentado un país como el nuestro. Los partidos que objetaron a López San Martín como moderador del debate incurrieron en la típica confusión entre gimnasia y magnesia, palabras que, en efecto, se parecen, pero no son iguales.

Más allá de un episodio como el descrito, cabría preguntarse qué es lo que sería pertinente esperar de quienes estarán como moderadores del primer debate presidencial. La respuesta no puede ser muy optimista. Y no es tanto por una presunta incapacidad profesional de los moderadores. Esta circunstancia está a salvo de antemano. El problema realmente tiene que ver con la idea y el formato del debate. Por lo menos, lo que menos se busca con la realización de estos eventos, es acercarse siquiera a lo que mínimamente podría asumirse como debate real o frontal.

Por lo visto y sabido, no se tiene nada a la mano que permita suponer que el evento dominical venidero resultará distinto. Es decir, que una vez más se tendrá el mismo formato que siempre se ha utilizado para desahogar eventos de este tenor. En México los debates presidenciales suelen ser todo lo que se quiera y mande, pero menos eso: debates presidenciales. Suele haber momentos en que sus participantes parecerían estar en disposición de batirse frontalmente, pero a menudo sólo se trata de lances que deliberadamente no llegarán a ningún lado, ya sea por disposición de sus protagonistas o por reglas o disposición del organizador del evento.

El caso es que siempre es lo mismo: una especie de sesión burocrática en la que sus actores recitan enfadosas letanías sobre lo que harán o dejarán de hacer cuando lleguen a la presidencia. Y sí: hay momentos muy fugaces donde se dirigen alusiones o francas críticas. Pero la verdadera urgencia de los debatientes es presentar la interminable lista de propuestas que han inventado para hacer de este país el mejor que haya existido después del bíblico paraíso terrenal.

armentabalderramagerardo@gmail.com

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