El juez le preguntó a la asesina por qué había dado muerte a su marido. "Ya no lo aguantaba, su señoría” -replicó ella-.
Voy a decirlo sin rodeos: doña Trisagia asesinó a su esposo. Le administró una pócima hecha con una tercera parte de cianuro, una tercera parte de estricnina y lo demás de arsénico. Eso, dictaminó el forense, habría bastado para enviar al otro mundo a todo el ejército ruso, incluido su jefe, el hideputa Putin.
El crimen de doña Trisagia conmovió no sólo al barrio, sino al pueblo entero, y aun a la comarca, pues la asesina era mujer de gran religiosidad, piadosa y de muchas devociones. Fungía como secretaria perpetua de la Cofradía de la Reverberación, y encabezaba siempre la procesión de San Sabitas, patrono del lugar, llevando el estandarte con la estampa del santo y el lema "Llora y ora".
El juez le preguntó a la asesina por qué había dado muerte a su marido. "Ya no lo aguantaba, su señoría” -replicó ella-. “Y no me iba a divorciar de él como una hereje". (Durante mucho tiempo el divorcio estuvo prohibido en Italia por motivos de religión. Entonces la única manera que una esposa o un esposo tenía de desatar el vínculo matrimonial era dar muerte a su cónyuge.
Eso se conoció como "divorcio a la italiana", título precisamente de una divertidísima película de Mastroianni. Un rabino judío y un cura católico tenían buena amistad entre sí, a pesar de que las cosas de religión suelen suscitar enemistades.
Acostumbraban reunirse a sostener sabrosas pláticas. En una de esas charlas el sacerdote arriesgó una declaración poco ortodoxa. "No sé por qué -dijo- nuestras religiones nos imponen tabúes que no parecen propios ya del tiempo en que vivimos. Por ejemplo, a ti tu religión te prohíbe comer carne de cerdo, en tanto que la mía me veda tener trato con mujer". Ponderó el rabino: "Y he oído decir que la carne de cerdo es bastante sabrosa". "Y yo -suspiró el cura- he oído decir que el trato con mujer es mucho más sabroso aún".
Una encuestadora le preguntó a Babalucas: "¿Está usted a favor de la pena capital?". "Sí -respondió él-, a condición de que no sea demasiado severa". Llegó una linda chica a la farmacia y le pidió a la encargada: "Me das por favor una caja de toallas sanitarias". Después de hacer ese pedido alzó los brazos al cielo y exclamó llena de felicidad: "¡Gracias, Dios mío!". FIN.