Bobilia era una chica rica, pero lo que le sobraba de haberes le faltaba de saberes. So casó con Avidio, ambicioso sujeto que la buscó por su dinero
Por: Armando Fuentes (Catón)
Bobilia era una chica rica, pero lo que le sobraba de haberes le faltaba de saberes. So casó con
Avidio, ambicioso sujeto que la buscó únicamente por su dinero. De sobra está decir que a los pocos meses del casorio la dejó para irse con sus amigotes y sus amiguitas, pero no sin antes despojarla de toda su fortuna. Los familiares de
Bobilia no podían entender por qué se había casado con aquel hombre. "¡Me engañó! -gemía ella con pesadumbre-. ¡Me dijo que estaba embarazada!".
Rosilita le preguntó a su joven tía: "¿Por qué te arreglas tanto y te maquillas tan cuidadosamente?". "Mira -le explicó la tía-. Casi todos los hombres son tontos, pero muy pocos son ciegos". Al largo periodo de paz que derivó del régimen de mano dura de Porfirio Díaz, una especie de bella época mexicana -para quienes podían gozar de ella- a la que muchos frutos de bien debió nuestro país, siguió la rebelión encabezada por Madero, movimiento por cuya cusa el viejo gobernante renunció al poder voluntariamente y marchó al destierro en un gesto de patriotismo que no se le ha reconocido. A su salida siguió el caos. He oído una conseja según la cual una antigua criada de la familia Madero le dijo a don Francisco en tono de reproche: "¡Ay, Panchito! ¡No supites lo que hicites!". Tiempo de canallas fue el posterior a la muerte de Madero; tiempo de asesinos. Desde luego no había tantos muertos como hay ahora en esta época de abrazos, pero aun así eran bastantes. Vino luego la paz priista, durante la cual los gobernantes robaban, pero hacían. Nuestro país entró en la modernidad, y al prototipo de mexicano feroz, empistolado, siguió el del político empresario que del ejercicio del poder hacía el mejor medio de enriquecimiento, y que salpicaba alrededor de sí en tal manera que todos estaban felices. No es que viviéramos en una sociedad tranquila; es que vivíamos en una tranquila suciedad. La corrupción era vista como algo ínsito a la política, y el que no hacía fortuna en el desempeño de un cargo público era considerado pendejo. El problema fue que un grupo de jovenzuelos inexpertos, desconocedores del arte de chingar y dejar contentos, llevó esa corrupción a un extremo que el pueblo juzgó intolerable, y vino el cambio que llevó al poder a quien hoy por hoy lo ejerce para beneplácito de unos e inconformidad de otros. Yo pienso que tanto ese contento como el tal disgusto deben manifestarse en las urnas, y más cuando contamos con la garantía de un INE independiente de la voluntad presidencial. Parece ser, sin embargo, que en ese juicio estoy en minoría, y que quienes son opuestos al mal gobernante, igual que yo, prefieren abstenerse de expresar su sentir. Yo lo manifestaré, con respeto para el sentir de los demás. Muchas veces me he arrepentido de haber hablado cuando debí callar. No quiero ahora arrepentirme de haberme quedado en mi casa cuando debí haber salido a declarar mi pensamiento, más allá de las condiciones y las consecuencias. Las criaturas de la naturaleza no son tan naturales como suele pensarse. Konrad Lorenz descubrió, por ejemplo, que el comportamiento de los animales tiene tantas facetas, y en ocasiones es tan bizarro, como el de los humanos. El insigne creador de la etología no lo registró, pero supe de un caso en el cual un león se hallaba haciendo cosas indebidas con una linda cebra. De pronto le dijo con alarma: "¡Ahí viene la leona! ¡Hagamos como que te estoy matando!". Se parece ese cuento al del pintor que estaba besando apasionadamente a la hermosa modelo en su estudio. Se oyó un taconeo que se acercaba. Lleno de sobresalto el artista le dijo a la muchacha: "¡Es mi