"Se dan clases de adivinación del porvenir"
"Se dan clases de adivinación del porvenir". La linda chica vio el letrero en la ventana y de inmediato llamó a la puerta. Apareció un individuo de aspecto estrafalario, pues vestía ropa entre arábiga e india, con turbante, babuchas y caftán. Saludó a la visitante juntando las manos por las palmas al tiempo que hacía una profunda reverencia y pronunciaba unas palabras en idioma que la muchacha no entendió. Ella le dijo que estaba interesada en aprender el arte de adivinar el futuro. El sujeto, con gran sentido del presente, le informó ipso facto el monto de sus honorarios. "Se pagan por adela" -precisó en lenguaje que la presunta alumna sí entendió. El tipo le aseguró que su enseñanza estaba garantizada: "Completa satisfacción o la devolución de su dinero". La hizo pasar y la condujo a un aposento en cuyo centro estaba un diván con cojines orientales. El profesor le pidió que se recostara en la otomana, y luego se quitó el turbante, las babuchas y el caftán, tras de lo cual se inclinó sobre la bella joven. "Oiga -le dijo ésta, preocupada-. Usted va a refocilarse conmigo". "¿Lo ve? -exclamó con acento de triunfo el individuo-. ¡Ni siquiera le he dado todavía la primera clase y ya empieza a adivinar!". El empleado público le preguntó a la señorita Himenia, añosa célibe: "¿Su edad?". Respondió ella: "36 y medio". Acotó el empleado: "Le pregunté su edad, no su temperatura". Tres hombres se vieron ante las puertas del Cielo en espera de ser admitidos. San Pedro interrogó al primero: "¿Cuántas veces le fuiste infiel a tu esposa?". Confesó, apenado, el tipo: "Dos veces". El apóstol le entregó un cochecito compacto para que en él fuera por las calles de la morada celestial. "¿Y tú?" -le preguntó al segundo-. ¿En cuántas ocasiones engañaste a tu mujer?". Respondió el sujeto: "Una sola". San Pedro le dio un vehículo mediano. Se volvió hacia el tercero: "¿Cuántas veces faltaste tú a la fe matrimonial?". "Ninguna -contestó, orgulloso, el hombre-. Siempre le fui absolutamente fiel a mi señora. Ni siquiera con el pensamiento la engañé". El apóstol de las llaves le entregó un automóvil de lujo, reluciente, enorme. Al día siguiente los otros dos recién llegados vieron al del coche lujoso. Estaba llorando desconsoladamente. Le preguntaron. "¿Por qué lloras? A ti te correspondió el auto mejor, por tu ejemplar fidelidad". Respondió el lacerado entre sollozos: "Acabo de ver pasar a mi mujer. Iba en una bicicleta de segunda mano"... En un hotel de Las Vegas un elegante caballero que asistía a una convención abordó el elevador. Al ir a marcar el número del piso en que su habitación se hallaba golpeó inadvertidamente con el codo a una dama, en el pecho. "Disculpe usted, señora -le dijo apenado-. Lamento haberla golpeado así. Pero si su corazón es tan blando como su busto estoy seguro de que me perdonará". "Perdonado está -le dijo la mujer-. Y si usted es tan duro como su codo, mi cuarto es el 912".