DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

He evocado aquí mismo a don Juanito Gar­cía, apodado “El Toca” por motivos que él mismo ignoraba

Por: Armando Fuentes (Catón)

He evocado aquí mismo a don Juanito Gar­cía, apodado “El Toca” por motivos que él mismo ignoraba. Amable profesor, gentil y urbano, describía al plomo en su clase de Química. “Es un metal pesado, maloliente y venenoso” -declaraba-. Añadía luego: “Y no es que esté yo hablando mal del plomo. Es que el plomo así es”. Quizá no le faltaba razón a aquel sabio maestro: historiadores modernos aseguran que la decaden­cia de Roma se debió al paulatino envenenamiento de sus habitantes por el agua que bebían, condu­cida por tuberías de plomo. Si hubiesen bebido solamente vino y cerveza seguirían siendo en la actualidad dueños del mundo, y todos viviríamos felices y contentos bajo la pax romana, sin preocu­parnos de los eventuales efectos de las pugnas entre las grandes potencias. Disfrutaríamos sabrosas orgías y bacanales; veríamos en el Coliseo espec­táculos sangrientos, bárbaros, cruentos, salvajes y violentos, aunque no tanto como los juegos con que los niños se entretienen en sus tabletas hoy. Sus­pendo en este punto mis elucubraciones. Me impide seguir en esos gratos pensamientos una tesis de Teoría de la Historia a la que se conoce con el extraño nombre de “la nariz de Cleopatra”. Según ese principio historiográfico a los historiadores les está prohibido especular sobre qué habría sucedido si las cosas hubieran sido en modo diferente a cómo fueron. Por ejemplo: ¿qué habría sido de Egipto y Roma si Marco Antonio no se hubiese prendado de Cleopatra por la forma que tenía la nariz de la reina egipciaca? Pero he aquí que sigo divagando. Vuelvo a mi intento original. Así como don Juanito describía al plomo yo describo a Libidiano Pitonier. Era hombre lúbrico, libidinoso, concupiscente, salaz y lujurioso. Y no es que esté yo hablando mal de Libidiano: es que Libidiano así era. Con labia untuosa de avieso seductor logró por fin que Cuculina, muchacha de buenas familias, accediera a ir con él a su departamento. El tenorio empezó por dejar la sala casi a oscuras, tras de lo cual puso música romántica. En seguida ofreció a su invi­tada una copa, y otra, y otra más. Le musitó al oído palabras de galantería; le besó el cuello y el lóbulo de la oreja, pues la experiencia le había enseñado que tales ósculos excitan a algunas mujeres. Luego le sugirió que de la sala pasaran a la alcoba. “Está bien -accedió sin más la linda chica-. Pero primero dame tres tazas de café”. “¿Café?” -se sorprendió el lascivo galán. “Sí -confirmó Cuculina-. Y bien cargado”. “¿Por qué?” -quiso saber el intrigado anfitrión. Explicó ella: “Es que mi mamá me hizo prometerle que antes de casarme no dormiría con ningún hombre”. Conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. En una fiesta declaró: “Ya no hay honradez en este mundo”. Alguien quiso saber: “¿Por qué lo dices?”. Relató el tipo: “Un indi­gente me dijo: ‘Señor: se le cayó su cartera. Aquí la tiene’. Y me la dio, llena de billetes de alta denomi­nación. Le di las gracias al mendigo y me alejé”. Uno de los oyentes se irritó: “Si aquel pobre hombre te entregó la cartera ¿por qué dices que ya no hay honradez en este mundo?”. Replicó Capronio: “La cartera no era mía”. Manifestó un señor en reunión de amigos; “Estoy empezando a sospechar de mi esposa”. Preguntó uno: “¿Cómo es eso?”. Respondió el señor: “Estamos haciendo nuestra nueva casa, y le pidió al arquitecto que el clóset de la recámara tenga puerta a la calle”.

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