Calles y la "Cruz Gálvez": "La escuela que más quiero"

Calles se desvivía por su querida escuela y hacía hasta lo imposible por sostenerla en condiciones dignas

Por: Ricardo Aragón Pérez

Plutarco Elías Calles a menudo hablaba en términos muy afectuosos, y obsequiosos, por cierto, de la Escuela "Cruz Gálvez",  así como de los alumnos y maestros, a quienes quería mucho, los veía como si fueran de su familia, no dejaba de pensar en ellos y sacaba recursos hasta debajo de las piedras, para que no les faltara nada en su escuela y se prepararan con entrega y disciplina, no sólo en algún oficio útil "para ganarse la vida", sino también "para la defensa de la Patria en caso necesario", por lo que el alumnado se instruía bajo los cánones de un régimen militarizado, reveló el entonces gobernador Calles en su informe de 1918.

Cuando el Gral. Calles tomó las riendas del gobierno del Estado, a mediados de 1915, hizo varias promesas al pueblo sonorense, entre ellas destacan las que dirigió, en primer lugar, a "los soldados heridos en campaña", de cuya salud se haría cargo el gobierno de su mando; a las viudas de la revolución, quienes gozarían de una pensión, y para los hijos de padres muertos en el contexto de la Revolución, se pondrían hospicios con servicios de albergue, alimentación y educación, "hasta que puedan obtener una ocupación útil y honesta".

Calles tomó muy a pecho esas promesas, especialmente las que se referían a la protección y educación de las y los niños huérfanos. Por tanto, dos meses después, el 29 de octubre de 1915, para ser exacto, dispuso el establecimiento en Hermosillo de una escuela de artes y oficios, que abrió sus puertas el siguiente año con el nombre de "J. Cruz Gálvez", en vez de "Francisco I. Madero, nombre oficial de inicio, en honor al teniente Gálvez, un extinto revolucionario que defendió la bandera carrancista bajo las ordenes de su jefe de armas, Gral. Plutarco Elías Calles.

Fiel a las promesas de velar por la seguridad y educación de "mis huérfanos", Calles se desvivía por su querida escuela y hacía hasta lo imposible por sostenerla en condiciones dignas. Por eso, se propuso construir un edificio moderno, cuyo costo pasaba de 50 mil pesos, pero como el erario carecía de fondos, se la ingenió para hacerse de recursos por otros medios, como imponer confiscaciones y multas, pedir ayuda en dinero, especies o servicios, pero sobre todo apostó a la filantropía del pueblo sonorense, que reaccionó de manera positiva y no dudó en hacer sus  donativos, como los aldeanos del Sauz y San Rafael, quienes "obsequiaron sacos de maíz", o los maestros que acordaron donar un día de salario;  incluso se sabe que hasta hubo dinero mal habido, procedente de venta de cerveza y tráfico de licor, cuando una ley de facturación callista prohibía las bebidas etílicas.

Así, el Gral. Calles tocó puerta tras puerta para pedir dinero y pagar la construcción del monumental inmueble, hoy por hoy una de las perlas de la arquitectura escolar histórica, y comisionó al tesorero de su gobierno estatal para llevar el control del Fondo Especial Destinado para la Edificación de las Escuelas "Cruz Gálvez", de modo que, hacia 1920, el gobernador Adolfo de la Huerta, quien apoyó en todo momento la construcción referida, "inauguró con bombo y platillo los nuevos edificios", lo que seguramente celebró su antecesor como un gran triunfo, uno de sus más grandes orgullos, presumía a menudo el artífice de la escuela en cuestión.

A dos años de su apertura, la "Cruz Gálvez" lucía pletórica de niñas y niños procedentes de todo el Estado, entre ellos cientos de párvulos indígenas mayos y yaquis, traídos unos y otros por el propio mandatario estatal y elementos del Ejército. Al respecto, un periódico local informó que la escuela indicada albergaba decenas de criaturas yaquis oriundos de Lencho y Tórim. Adelantó que se esperaban 80 menores más, para que "se atienda su educación", con objeto de que ellos a su vez, en un futuro cercano, "eduquen a los indígenas".   

Calles dejó el Gobierno antes de terminar su periodo Constitucional, para desempeñar un cargo federal en la ciudad de México, pero nunca se desatendió de su escuela predilecta, ni dejó de estar al tanto de ella y mucho menos de apoyarla, gestionando recursos, maestros y capacitaciones de enseñanza técnica, que era una de sus más caras deudas, pues soñaba en que sus queridos huérfanos dominaran un oficio para que se ganaran la vida con el sudor de su frente.

Tanto los maestros como sus alumnos sabían a ciencia cierta de su pasión y cariño por la escuela, de que todas las buenas o malas obras las asumía como propias, pero sobre todo las primeras lo llenaban de gozo. Por eso, no dudaban en comunicarse con él por carta y ponerlo al día de las buenas noticias, como lo hizo el profesor Castañeda, responsable de la Orquesta Sinfónica de Niñas, en una carta del 7 de octubre de 1919, con motivo de su debut en una velada en el Teatro Noriega de Hermosillo, con el marco de la fiesta del Día de la Raza, cuyo debut fue coronado con un alud de aplausos, lo que desbordó en el Gral. Calles un torrente de placer, como se lee en una carta suya, en respuesta a la del maestro Castañeda.

Ricardoaragon60@gmail.com


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