Todo comenzó con una pregunta aparentemente inocente. Cuando aquellos sabios de Oriente llegaron a Jerusalén preguntando por el recién nacido "rey de los judíos", no podían imaginar que su consulta desataría una de las tragedias más conmovedoras de la historia bíblica. Herodes, el rey nombrado por Roma, sintió que su poder temblaba con cada palabra de los magos.
Habían seguido una estrella celestial por meses, cruzando desiertos y enfrentando inclemencias. Pero al llegar a Judea, la señal celestial se desvaneció y la desorientación los invadió. Temerosos de fracasar en su misión, decidieron acudir directamente al palacio real como último recurso antes de regresar a sus tierras con las manos vacías.
Lo que encontraron en el rostro de Herodes no fue curiosidad, sino pánico disfrazado de cortesía. El rey calculó rápidamente: las antiguas profecías hablaban de un mesías que nacería en Belén, y ahora estos extranjeros confirmaban que el momento había llegado. En su mente, solo había espacio para una conclusión: ese niño representaba el fin de su reinado.
EL PLAN MAQUIAVÉLICO DE UN REY DESESPERADO
Herodes reunió urgentemente a sus consejeros y estudiosos de las escrituras. Con falsa devoción, interrogó a los magos sobre el momento exacto en que apareció la estrella. Su estrategia era clara: usaría a estos visitantes como espías involuntarios. Les pidió que encontraran al niño y regresaran con la información, fingiendo que él también quería adorarlo.
Afortunadamente, después de encontrar al niño Jesús y presentar sus regalos, los magos recibieron una advertencia divina en sueños y regresaron a sus países por una ruta diferente, evitando Jerusalén. Cuando Herodes se dio cuenta de que había sido engañado, su temor se transformó en ira ciega.
EL CÁLCULO DESPIADADO QUE CONDUJO A LA TRAGEDIA
Días pasaron sin noticias de los magos. La impaciencia de Herodes se convirtió en furia contra sí mismo por haber confiado en extraños. Estimando el tiempo transcurrido desde la aparición de la estrella, y añadiendo un margen de seguridad, calculó que el niño podría tener hasta dos años.
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Su decisión fue tan brutal como pragmática: ordenó la ejecución de todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores. Para el rey, esto era simplemente "un asunto administrativo" necesario para mantener el poder. No consideró el dolor de las familias, ni el futuro vacío que crearía en esas comunidades.
LOS ROSTROS DETRÁS DE LAS ESTADÍSTICAS
Detrás del frío decreto real había seres humanos concretos: niños que comenzaban a dar sus primeros pasos, que balbuceaban palabras tiernas, algunos aún amamantándose en el regazo de sus madres. Familias enteras destruidas por la paranoia de un hombre obsesionado con el poder.
Hoy los recordamos como los Santos Inocentes. La Iglesia considera que estos niños, aunque no eligieron conscientemente el martirio, fueron purificados por la sangre de Cristo y comparten su sacrificio. Como escribió Jeremías: "de la boca de los que no saben hablar sacaste alabanza".
UN LEGADO QUE PERDURA
Curiosamente, en muchos países hispanohablantes el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, se celebra haciendo bromas inocentes. Esta tradición busca honrar el espíritu juguetón que aquellos niños nunca pudieron desarrollar, transformando el día de duelo en una oportunidad para alegrar la vida de otros.
La historia nos confronta con preguntas profundas sobre el costo de la ambición desmedida y la vulnerabilidad de los inocentes ante el poder corrupto. Nos recuerda que, a menudo, los mayores actos de maldad se justifican como "necesarios" para mantener el status quo.




