Aunque apagues la luz y creas que estás a salvo, los mosquitos no necesitan ver para encontrarte. De acuerdo con información científica proporcionada por la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia UNAM, estos insectos cuentan con varios mecanismos sensoriales que les permiten ubicar a las personas incluso en completa oscuridad.
El primer rastro que siguen es el dióxido de carbono (CO2) que exhalamos al respirar. Gracias a sus antenas, los mosquitos pueden detectar columnas de CO2 a distancias de hasta 60 metros, lo que les indica la presencia de un posible huésped humano.
Una vez que se acercan, entran en juego otros sentidos. Sus palpos les permiten identificar olores corporales específicos, como los que se desprenden de los pies, las axilas y la piel en general. Estos aromas están relacionados con sustancias producidas por bacterias que viven naturalmente en nuestro cuerpo.
Cuando el mosquito está aún más cerca, el calor corporal se convierte en su principal guía. En esta etapa, comienzan a percibir a las personas como siluetas oscuras y se sienten especialmente atraídos por el calor húmedo que emite la piel.
MECANISMOS SENSORIALES
Además, los receptores gustativos que tienen en las patas les ayudan a decidir el mejor lugar para picar. No se trata de una elección al azar: el insecto evalúa la zona antes de introducir su probóscide.
Durante la picadura, el mosquito perfora la piel e inyecta saliva mientras se alimenta de la sangre. Esta saliva provoca una reacción en el cuerpo humano, generando inflamación, enrojecimiento y comezón. En el caso de las hembras, la sangre es fundamental para poder producir sus huevos.
Esta combinación de señales químicas, térmicas y sensoriales explica por qué los mosquitos son tan efectivos cazadores nocturnos y por qué, aun sin luz, logran encontrarnos con sorprendente precisión.





