Moreno Cárdenas y Cortés no abandonarán sus liderazgos partidistas ni siquiera a título de broma
Por: Gerardo Armenta
Como bien se sabe a estas alturas, el Partido de la Revolución Democrática se encuentra hoy por hoy en una difícil coyuntura. Incluso, podría decirse, sin lugar a exageración posible, que la suya es una condición prácticamente de vida o muerte.
Palabras como las anteriores quieren significar, en el más simple o dramático de sus significados prácticos, que el PRD podría estar en severo riesgo de perder su registro como partido político. Su bajo desempeño en el reciente proceso electoral llevado a cabo, donde parecería que ni las moscas votaron por esas antaño reconocidas siglas partidistas, es el que explica la infausta situación que se comenta y que ha tomado curso en los corrillos políticos nacionales.
Todavía nadie ha dicho las clásicas últimas palabras en honor del PRD. Pero cabría suponer que, bajo cierta óptica, quizá no falte mucho tiempo para que eso ocurra. Como bien se sabe, un partido político necesita un mínimo de 3% de votación nacional para mantener su registro como tal. No está uno para cantar el réquiem de nadie (ni política ni personalmente), pero el PRD tiene apenas 35 años de existencia.
La verdad es que ninguna edad debe ser buena para morir, dicho sea, real o, prácticamente, lejos de cualquier asomo filosófico con ilusos ribetes de trascendencia. A los 35 años de existencia, el PRD bien podría considerarse dueño de cierta lozana juventud. Pero no hay duda de que en el camino cometió errores de vida de esos que no se perdonan (como ocurre en la vida humana misma), y por eso terminó envejeciendo prematuramente. Por eso también estaría en riesgo de expirar.
El de hoy parecería un mal momento para algunos de los partidos políticos más conocidos en un país como el nuestro. Es claro que tiene que excluirse de este señalamiento a un partido como Morena, por obvias y muy evidentes razones puestas en curso muy vistosamente en el contexto mexicano de esta coyuntura.
La incomodidad a que se alude debe ser propia y muy sentida fundamentalmente en dos partidos harto relevantes: PRI y PAN. Ni juntos y revueltos (asociados con el casi difunto PRD) le dieron mayor batería política y electoral a Morena en los comicios del domingo anterior. La historia respectiva es conocida y harto abrumadora. Y todavía falta por advertirla en su contundente totalidad, aunque, para hablar con franqueza, bastaría y sobraría con la información de que se dispone en la presente circunstancia.
El caso es que, como ocurre en los ámbitos políticos responsables y maduros (que funcionan regularmente en el extranjero), resultó procedente dar por cierto que los dirigentes del PRI y el PAN presentarían sus renuncias tras la “bailada” electoral que recibieron el domingo. Pero qué va, diría Javier Solís en una de sus más memorables interpretaciones musicales.
Sin embargo, con rapidez o celeridad digna de mejor causa, Alejandro Moreno Cárdenas y Marko Cortés dijeron (un poquito como si nada) que permanecerán en sus cargos partidistas. Conocido también como “Alito”, el dirigente priista consideró complicada la democracia en el país, pero advirtió que hoy no tiene una visión clara al respecto. ¿Entonces? Sea como sea, subrayó que “no vamos a tirar el arpa”.
Marko Cortés, el dirigente panista, dijo, en pocas palabras, que seguirá al frente del PAN, como si la adversa jornada electoral recién transcurrida no hubiera golpeado también severamente a su partido. Pero así están las cosas en las alturas de los mandos superiores de la oposición. Moreno Cárdenas y Cortés no abandonarán sus liderazgos partidistas ni siquiera a título de broma. Para ellos, por lo visto, en sus respectivas demarcaciones partidistas, no hay ningún problema al frente.
Mientras tanto, a la luz de un hecho producido en el reciente proceso electoral, cabe suponer o dar por cierto que la democracia puede ser tanto veleidosa como inexplicable. Aunque quizá no tanto. Mire usted, en Rayón, un Municipio de Sonora, ganó la elección por la Alcaldía un ciudadano que nunca se registró como candidato para ese cargo. En la elección respectiva obtuvo a su favor 711 votos y con eso fue suficiente para agenciarse el triunfo.
El único problema, como queda dicho, es que nunca fue un candidato oficialmente reconocido como tal. Debe existir suficiente argumentación legal en la materia para no reconocer o acreditar el triunfo comicial de quien se llama Heriberto Grijalva Vázquez. ¿Pero qué pasa si el pueblo de Rayón quiere que este caballero tome posesión como alcalde? Nunca deberá perderse de vista que la ley es la ley en todas y cada una de sus expresiones.
Sin embargo, seguramente no se acabará el mundo en un lugar como Rayón si le dan la Alcaldía a quien la obtuvo sin registrarse siquiera como candidato. No hay razones para creer que se así se marcaría un nefasto precedente democrático. ¿O sí…?
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