A poco más de una semana de haber vivido uno de los procesos electorales más importantes en la historia de nuestro país en el que se eligieron más de 21 mil cargos de elección popular entre los que destacaban las elecciones para renovar 15 gubernaturas y la cámara baja del Congreso de la Unión.
Una de las principales incógnitas que surgieron en el debate postelectoral fue la de la redistribución de la identidad electoral de las diferentes regiones del país en el que, la mayor parte de la población del noroeste de México dio un giro de 180 grados en sus preferencias electorales, debido a que, en los estados de Baja California Sur, Baja California, Sonora, Sinaloa y Nayarit, los electores dieron un triunfo consistente a Morena, donde los partidos de la alianza “Va por México” mantenían el control de los gobiernos estatales y sufrieron una dolorosa derrota, toda vez que los artífices locales de dicha alianza apostaban a una doctrina “chovinista” en la que los electores norteños habrían de elegir al proyecto que consideraban más cercano a ellos, en lugar de elegir a un partido político que encabeza un líder del centro del país, suposición que no logró su cometido.
Por otra parte, el centro del país, considerado tradicionalmente como liberal, brindó a los partidos PAN, PRI y PRD, calificados por el propio presidente de México como conservadores, una victoria lo suficientemente cuantiosa como para poner en serios predicamentos la continuidad de su régimen en la CDMX, en el que prácticamente la mitad de dicha entidad se vistió de los colores azul, rojo y amarillo.
Lo anterior tiene una causa multifactorial, en la que el conjunto de diversas circunstancias sociales y políticas nos trajo como resultado un país fragmentado en dos grandes corrientes políticas debido, entre algunas otras cosas, a los siguientes factores:
1. La presencia de los programas sociales implementados por López Obrador brindó al partido oficial una base de votantes que cuentan con el aliciente ideal, real o ficticio, para salir a votar a primera hora, que es la probabilidad de perder el apoyo social que les mantiene.
2. El desgaste de Gobierno que han sufrido en el noroeste los gobiernos tanto del PRI como del PAN y PRD, y a su vez, los gobiernos de Morena en la CDMX, lo que generó un voto de castigo a lo que los ciudadanos consideraban como gobiernos ineficientes.
3. La intervención auto confesada por el propio presidente de la estructura del Gobierno Federal en las elecciones, en las que se convirtió en un actor primario en la campaña, utilizando a dependencias como la Sedatu para redireccionar recursos para mejoramiento urbano durante la campaña a municipios que no cumplían con los requerimientos que el mismo López Obrador había mencionado, dentro de los que se encuentran: Cajeme, Guaymas, Hermosillo y Bácum.
4. La incapacidad de la oposición de consolidar una sola plataforma de propuestas y causas que los diferenciara de Morena, quedándose solamente en un bloque anti Morena que estaba fraccionado en dos o tres opciones para el electorado (Va por México, Movimiento Ciudadano, Independiente).
5. Polarización y diáfana división entre los mercados de ambas opciones, debido a que, el electorado donde Morena tuvo su auge fue en las secciones donde prevaleció el abstencionismo, donde la calidad de vida, la capacidad económica y el nivel de estudios, son inferiores, mientras que los votantes de la Alianza “Va por México” se encuentran en el polo contrario al anterior.
Una de las máximas de la política es que: el que gana, no gana todo y; el que pierde, no pierde todo, por lo que en esta ocasión podemos asegurar que ninguno de los dos bandos puede proclamarse como vencedor total de la contienda, que pinta para agudizarse con miras a la elección presidencial de 2024.
Pasado el proceso de las campañas, esperemos los actores políticos de la Entidad dejen a un lado sus filias políticas y pongamos todos de nuestra parte para que a los nuevos gobiernos les vaya bien y brinden resultados a la ciudadanía por el bien de todos.
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