Estoy seguro que por su mente pasaban una y mil cosas, entre ellas la posibilidad de no resistir otra operación de emergencia...
Por: Jesús Huerta Suárez
“No me corten la barba ni me rasuren…lo haré cuando regrese a casa”, dijo el joven guerrero a su madre y a sus hermanas que lo acompañaban en su cuarto del hospital. Esta vez, Héctor Andrés había llegado herido de gravedad por segunda vez en un mes al sanatorio y, aunque su problema de salud le venía afectando desde jovencito, esta vez la situación se había complicado a tal grado que tuvieron que abrirlo desde el cuello hasta la cintura para tratar de curarlo.
Y ahí estaba él soportando los cortes en la carne, sangrando, sufriendo, llorando, desesperado y enfadado de pasar tanto tiempo del quirófano al cuarto y del cuarto a la sala de urgencias. Ahí estaba aguantando el ver cómo su vida pendía de un hilo mientras que sus padres y hermanas se cansaban junto con él de esperar el momento en regresar a casa…
Estoy seguro que por su mente pasaban una y mil cosas, entre ellas la posibilidad de no resistir otra operación de emergencia y ver cómo sus sueños de juventud, se pudieran ir sin poder realizarlos. Seguro, eso debe ser de lo más difícil ante una situación tan frágil de salud. ¡No es justo! Señor, ¡No es justo! Que la muerte se lleve a los jóvenes. Uno qué. Uno ya vivió lo suficiente para esperar el fin sin tanto tormento, pero él que apenas comenzaba a vivir… Cuántas cosas dejaría pendientes por hacer; cuántas chicas desearía haber amado, a cuántos juegos de futbol quisiera haber asistido, cuántas cosas se quedaron pendientes de decir, cuántas horas desearía haber tocado la guitarra con su papá y sus amigos, no dejo de preguntarme, mientras sus padres, tíos, primos, amigos y desconocidos le daban el último adiós en el templo y oraban junto a su ataúd…
“Él vive entre nosotros, como nosotros viviremos en otros que nos sobrevivirán”, Dijo uno de los doctores” “Fuiste muy buen hijo; fuiste muy buen hermano” dijo su familia
“Fuiste muy buen compañero, dijeron los de su escuela”, “Te amaremos por siempre”, afirmaron sus padres y hermanas al decirle adiós, guardándose el dolor en el corazón… solo los buenos mueren jóvenes, pensaba yo…, mientras el cura de la iglesia le rociaba con agua bendita y nos recordaba cómo nuestro guerrero herido de muerte motivó la generosidad de muchísima gente conocida y desconocida que nos trajo un poco de humanidad y mucha esperanza en esos momentos de angustia…
“Al final, la voluntad de Dios es más fuerte y poderosa… te lo entregamos confiando en que lo cuidarás hasta que llegue el momento de reunirnos nuevamente en donde no habrá dolor ni separación” concluyó el cura de la iglesia, para dar paso al féretro de nuestro guerrero por entre medio de una valla de jóvenes que le daban el último adiós. Se cerró la puerta del templo y un fuerte viento se desató para que Héctor Andrés levantara el vuelo para encontrarse con el Padre.
(Dedicado a Héctor Andrés VA, a todos los que están sufriendo en algún hospital y a quienes están sepultando a sus seres queridos)