El canto de los pájaros, que nunca parecen cansarse o estar tristes. El poder apreciar las formas y los colores de las flores, es gratificante
Por: Jesús Huerta Suárez
Pasamos gran parte de nuestra vida esperando algo o a alguien especial para sentirnos agraciados. Por lo general no sabemos qué es eso que tanto deseamos, pero ahí estamos, esperando y esperando. Nuestra mente suele jugar a la gallinita ciega con nosotros y nos trae haciendo promesas de portarnos mejor con tal de obtener ese algo que deseamos con todo nuestro corazón. Llegamos, incluso, al grado de postrarnos ante el altar y con lágrimas en los ojos y aflicción en el corazón, rogamos ante el Supremo por esas dádivas que creemos merecer pero que no vemos llegar. Así pasamos mucho tiempo, hasta que un día, un buen día, descubrimos que tenemos tanto por qué estar agradecidos, que comenzamos a ver el mundo de manera diferente… El poder ver una película enfundados en las sábanas de nuestra cómoda cama. Tomar un baño y contar con la opción de tener agua fría o caliente y en cantidad. Tener un plato de comida tibia en nuestra mesa. Tener hambre o sed. Poder ir al baño con algo qué leer en mano. Escuchar esa canción en la radio. Ver las fotos familiares. Ver, al levantarnos por las mañanas, un rayito de sol que se cuela por donde puede hasta llegar a nuestros ojos. El olor del café y del pan tostado. Recibir los saludos de los conocidos o los buenos días del desconocido. El canto de los pájaros que nunca parecen cansarse o estar tristes. El poder apreciar las formas y los colores de las flores, es sencillamente gratificante. Encontrarnos con el espejo que no miente cuando nos dice lo que siente. Darnos cuenta que envejecemos pero que, al menos hasta este momento, no nos preocupa del todo, pues nos sentimos bien. Sentir cómo los años nos van regalando, bueno, cambiando a cargo de nuestra juventud, una manera más relajada y práctica de ver las cosas. Esos momentos con los amigos, que quizá cada vez sean menos (amigos y momentos), pero que se aquilatan cual oro de 24 quilates. Y esa soledad que nunca termina de irse de nuestra vida, pero que nos consuela con la posibilidad de aprender a disfrutarnos a nosotros mismos. El recordar cómo, desde niños, nos hemos preocupado por tantas cosas y ver que aquí estamos, quizá todavía preocupándonos, pero conscientes de que no pasa nada y que esos fantasmas del temor que nos asedian son fáciles de desaparecerlos. Y tantos y tantos recuerdos, conocimientos y experiencias que hemos ido guardando en el interior, son ahora como dinero en efectivo disponible para enfrentar los desafíos que la vida nos pone día a día. Son estos algunos de los motivos por los que este día me doy cuenta que, más que pedir, debo de agradecer por lo tanto que he recibido. Gracias. Y gracias también a ti que me regalas la anónima posibilidad de leer estas letras que un momento de retribución me permitió hilvanar. Gracias “Gracias India, gracias terror, gracias desilusiones, gracias fatalidad, gracias consecuencias, gracias silencio, gracias”: Alanis Morrisette
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