El suicidio amurallado

"El mundo desarrollado blinda sus fronteras para proteger una riqueza que no tiene a quién heredar"

El suicidio amurallado

La historia moderna esconde una fecha bisagra que pasó inadvertida entre titulares políticos efímeros: según los registros de las Naciones Unidas, fue en 2007 cuando la humanidad cruzó su Rubicón demográfico. Por primera vez en la historia de nuestra especie, más personas vivían en ciudades que en el campo. No fue una simple curiosidad censal, sino un destierro masivo que redefinió nuestra biología social. Para dimensionar la magnitud de esta fuga, basta mirar el espejo retrovisor: a escala global, la vida rural se desvanece irremediablemente, pasando de albergar a dos tercios de la humanidad en 1960 a menos del 44% hoy. En las naciones desarrolladas el fenómeno no ha sido un descenso, sino un colapso vertical. Allí, las estadísticas del éxodo rural y el decrecimiento poblacionalno narran una migración, sino una extinción.

En apenas medio siglo, pasamos de ser una especie que miraba al cielo para predecir la lluvia, a una que mira pantallas para consultar el clima. El campo perdió la batalla contra la dictadura del reloj checador, y la tierra pasó de ser madre a ser un activo inmobiliario depreciado. Lo que queda tras este maremoto de asfalto es el "invierno demográfico". Las metrópolis ricas importan la juventud que ya no son capaces de engendrar, vampirizando el vigor de la provincia. Mientras las ciudades crecen hacia arriba, los pueblos se hunden hacia adentro. Se marchan los úteros y los brazos fuertes; se quedan los bastones a custodiar el silencio. Es una pirámide invertida donde las cunas se están convirtiendo en piezas de arqueología y la llegada de una vida nueva se celebra con la pompa de un milagro de Estado.

Ocurrió en Ostana, un pueblo medieval en los Alpes del Piamonte que, durante décadas, fue un paciente terminal en la sala de espera de la historia, viendo su censo desplomarse hasta los 85 habitantes. El lugar parecía condenado a ser un museo de sí mismo hasta que, en enero de 2016, ocurrió lo impensable: nació Pablo. La BBC reportó el suceso como un acontecimiento sísmico; era el primer bebé nacido allí en 28 años. Que el llanto de un solo niño abra telediarios revela la gravedad de nuestra dolencia. Aunque hoy otros niños han nacido en Ostana —pequeñas victorias de la terquedad humana contra las matemáticas—, estos nacimientos no anuncian el fin del invierno, sino apenas una tregua en la guerra contra el olvido. Las excepciones confirman la regla despiadada de una nación con rápido decrecimiento demográfico.

La tragedia adquiere matices distintos según la geografía. Si en Italia el silencio se rompe con un nacimiento, en España se comercializa. En 2025, la disparidad es ya una fractura expuesta: el 90% de la población española se apiña en apenas el 30% del territorio, dejando vastas extensiones con densidades de población inferiores a Siberia (menos de dos habitantes por km²). En esta "España Vaciada", la historia se convierte en mercancía de remate. Un ejemplo increíble es Salto de Castro, en Zamora. Este pueblo entero, con sus 44 casas, bar, iglesia y escuela, se puso a la venta por 260.000 euros. La cifra golpea por su ridiculez: el escenario abandonado de cientos de vidas, amores y duelos, ofertado por menos de lo que cuesta un apartamento de una habitación en la periferia de Madrid. En la economía de la supervivencia, el pasado rural no se honra; se liquida por cierre.

Al otro lado del mundo, en Japón, la resistencia ante la extinción adquirió un matiz de melancolía cinematográfica. En Hokkaido, la estación de tren de Kyu-Shirataki permaneció operativa por años a pesar de ser una ruina financiera, sostenida por una sola razón: una estudiante llamada Kana Harada. La compañía ferroviaria decidió no cerrarla hasta que ella terminara sus estudios, y el tren se detenía dos veces al día solo para Kana. Fue un acto de compasión y reverencia japonesa hacia la enseñanza, donde el futuro de una niña pesó más que la lógica contable. El día que se graduó, el 25 de marzo de 2016, la estación cerró para siempre. Pero cuando el tren deja de pasar, crece el llamado fenómeno Akiya: las "casas fantasma". Hoy, Japón acumula más de 9 millones de viviendas abandonadas, techos que se pudren sin herederos que los reclamen. Es la arquitectura del adiós: barrios enteros donde los buzones solo acumulan polvo y el silencio es el único inquilino.

En el contexto de la migración global, la paradoja es perfecta y cruel: el mundo desarrollado blinda sus fronteras para proteger una riqueza que no tiene a quién heredar. Mientras tanto, en 2025, el mercado mundial de seguridad fronteriza supera los 45.000 millones de dólares para detener el futuro. El año anterior cerró como el más mortífero de la historia, con casi 9.000 vidas tragadas por el mar y el desierto intentando alcanzar Europa y Norteamérica. Al rechazar la sangre nueva que llega del sur, el norte no defiende su identidad, sino que financia sobre una montaña de cadáveres y con una eficiencia burocrática impecable su propio suicidio asistido.

El Dr. Castro fue consejero externo para el Gobierno Mexicano y presidente de la Comisión de Asuntos Fronterizos del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME). Ha sido catedrático, decano y vicerrector para desarrollo internacional en Pima College de Tucson, Arizona.

rikkcs@gmail.com