Por: Jesús Huerta Suárez
Es absurdo y sin sentido tener o quererle encontrar un sentido a la vida, sobre todo porque nadie vivir ha pedido. Somos, simplemente, el resultado de un acto sexual que quizá haya sido con lo que llamamos amor, lo cierto es que somos sólo resultado del destino. Somos como esas plantas silvestres que nacen a la orilla del camino o, quizás, si bien nos va, seamos una planta doméstica que crece con todos los cuidados posibles de parte de alguien a quienes llamamos padres o tutores. Pero no somos más que eso aunque pensemos lo contrario.
Y esta experiencia de estar vivos no es más que un curso o un nivel más en este gran colegio que es el mundo en la tierra que nos prepara para ascender un escalón en esta escalera que nos llevará al cielo prometido, eso en caso de que el espíritu no muera junto con el cuerpo. Es todo tan irracional que a la gran mayoría no le queda otra que esperar con miedo la muerte, sumergirse en la religión o simplemente aceptar lo absurdo.
Pero, ¿cuál es el objetivo de la existencia? ¿Para qué estamos aquí? ¿Cuál es nuestro propósito?
En lo personal, creo que todo se trata de despertar la conciencia y en el proceso de este milagro disfrutar lo poco que se pueda de esos instantes de lo que llamamos felicidad.
¿Y, despertar la conciencia para qué?
Para pensar y sentir que nuestra vida no ha sido en vano. Para tratar de aprender a discernir entre lo que nos han enseñado como el bien y el mal. Para tratar de convencernos de que nuestra existencia y la de los que queremos vale la pena. Para no sentirnos solos y tristes, o para encontrar la virtud que concuerde con la naturaleza, lo que sería para mí uno de los más altos logros a obtener, porque si lo buscamos en el placer por el placer mismo, más nos hundiremos en este mar de aguas frías de un mundo sin sentido, porque no hay vida que aguante los embates constantes de los placeres mundanos sin quebrarse antes de tiempo.
¿Para sentirnos como se supone que se sienten los dioses y no aceptar que cada día estamos todos al borde de la locura? ¿Para sentirnos merecedores de una vida eterna en el Jardín del Edén?
No sé nada, sólo sé que los abrazos del sol, el viento en el rostro, el olor a tierra mojada, la música del alma, los niños de al lado, las caricias sentidas y el comer con hambre, son lo que llenan mi vida.