Pagaba cantando lo que se comía, pero comía tanto y cantaba tanto, que de tan gordinflón no pudo volar y…
Por: Jesús Huerta Suárez
No cabe duda; nadie sabe para quién trabaja. Y mira que esperar todo un año para poder disfrutar de los duraznos de mi árbol es mucho decir, pero nunca pensé que ese mismo tiempo lo esperó un cenzontle para lograr el mismo cometido.
No es que sea egoísta, sólo que mi árbol da tan contados frutos, quizá por el clima tan cálido de esta tierra, o porque les falte agua, y porque me gustan tanto que, aunque no pensaba compartirlos con nadie, se me hacían pocos…
Pero el destino no lo quiso así, pues día a día, conforme se maduraba la fruta, un robusto cenzontle se los fue comiendo uno por uno. Y cuando se llenaba, picoteaba los demás y los dejaba como “apartados” para el otro día. Quizá pensaba que con esos trinos que me sonaban a cantos mientras comía, me los estaba pagando. Por eso no estaba tan enojado con él, más bien sentía pena, pues al parecer era un ave agradecida que pagaba cantando lo que se comía, pero comía tanto y cantaba tanto que de tan gordinflón y distraído, un día no pudo volar y llegó un gato y se lo comió.
Ahora no tengo ni duraznos, ni cenzontle.
A ver si para el otro año.