Acerca de futbol lo ignoro todo. Y no lo digo por presumir, sino porque así es.
Todos los días muy temprano aquel pescador iba al cercano río y tiraba su anzuelo. Jamás pescaba nada. Se desesperaba, claro, y más porque llegaba el cartero del pueblo, metía las manos en el agua y de inmediato se le juntaban los peces. Sacaba dos o tres y se iba muy satisfecho. Un día el pescador no pudo contenerse más y le preguntó al cartero cómo hacía para lograr aquello. "Tengo una amiguita -le confió el hombre-. Le froto las pompas, y no sé por qué, pero al meter las manos en el agua los peces acuden, y así puedo pescarlos". Al día siguiente el pescador le frotó las pompas a su mujer, que estaba de espaldas en la lavadora. Dijo la señora sin volver la vista: "Se ve que hoy no tienes mucha correspondencia qué repartir". Desde luego me cuidaré bien de hablar mal del futbol. Es el juego más popular del mundo, excepción hecha del de la procreación. Incluso le gusta a gente que ha leído a Proust y ha entendido el "Ulises" de James Joyce. No sé si por fortuna o por desgracia yo nací en una ciudad donde el futbol es tan poco practicado que cuando a un empresario forastero se le ocurrió poner ahí un equipo de tercera división, o cuarta, no recuerdo, en los juegos había más gente en la cancha que en las tribunas. Terminó el dicho señor por deshacerse del equipo. Entiendo que lo cambió por seis balones. Acerca de futbol lo ignoro todo. Y no lo digo por presumir, sino porque así es. Una cosa puedo decir: en ningún deporte se producen las sarracinas que se ven en el futbol. Que alguien me corrija si me equivoco al decir que lo sucedido en el Estadio de La Corregidora pertenece al ámbito de lo más bajo de la naturaleza humana. No sé si quienes provocaron el enfrentamiento pertenezcan al pueblo bueno y sabio tan exaltado por López Obrador, pero ojalá a nuestro Presidente no se le vaya a ocurrir darles una pensión como medio para apartarlos de la violencia y el desorden. Ningún caso tiene pontificar sobre la descomposición de nuestra sociedad o sobre la presencia en algunos estadios de grupos manejados por la delincuencia. Convendría, sí, tomar medidas para poner coto a los excesos de los vándalos. Una de ellas podría ser la cancelación en un fin de semana, a modo de advertencia, de todos los partidos en todo el país, pero eso traería consigo pérdidas significativas de dinero, y una drástica disminución en la venta de cerveza, lo cual en modo alguno conviene a las cúpulas futbolísticas. Además no deben pagar justos por pecadores. Algo debe hacerse, sin embargo, para evitar que sucedan estos desmadres de padre y muy señor mío. Por mi parte yo seguiré absteniéndome de ir a los estadios de futbol. Lo haré por la razón de siempre: porque no me gusta el juego; pero ahora lo haré también por elemental instinto de conservación. La palabra chichi, o chiche, es muy mexicana. Apócope del vocablo náhuatl chichihualli, teta, sirve para designar el pecho o mama de la hembra, Castizo término, se ha convertido en vulgarismo, y ahora incurrimos en la cursilería de decir bubis, del inglés boobie, chiche, al referirnos a esa parte del cuerpo femenino. Por eso es digno de anotarse el modo como se expresó aquel señor que llegó a su casa en horas de la madrugada y en competente estado de beodez. Su mujer, que lo aguardaba inquieta, se inquietó más cuando su marido, al verla, se abrazó a ella llorando lleno de aflicción y le dijo con desgarrado acento: "¡Me robaron, mi vida! ¡Me robaron!". "¿Cómo que te robaron?" -se alarmó la señora. "¡Sí! -confirmó el tipo, gemebundo-. ¡La vieja me cobró mil pesos, y tenía unas chichillas de este tamaño!". FIN.