De política y cosas peores

A los aduladores les gusta actuar y tener gustos semejantes al hombre en el poder; muestra de ello, España, donde emularon al rey emérito Juan Carlos

Por: Armando Fuentes (Catón)

Noche de bodas. El novio tomó por los hombros a su flamante esposa y le preguntó, severo: "Dime, mujer. ¿Soy yo el primer hombre con quien vas al lecho?". "No -respondió ella con sinceridad digna de encomio-. Antes que tú ha habido cuatro. Y tu compromiso es grande, pues habrás oído decir que nunca hay quinto malo". La mamá de Pepito le confió a una amiga: "De no ser por el niño, mi marido y yo ya nos habríamos divorciado". Preguntó la amiga, emocionada: "¿Les da pena separarse estando él tan pequeño?". "No -aclaró la señora-. Ninguno de los dos queremos quedarnos con él".  A Franco, dueño y señor de España durante muchos años, le gustaba con pasión la cacería. Sus cortesanos, a fin de adularlo, empezaron también a cazar. El resultado fue que los cirujanos de Madrid hicieron su fortuna sacando perdigones de las nalgas y otras partes de la anatomía de los inexpertos cazadores. Con la llegada de Juan Carlos al trono cambiaron las cosas. Al rey le gustaba esquiar y entonces los que se enriquecieron fueron los traumatólogos. Muestra es la anterior de la tendencia de los aduladores a halagar al poderoso en turno. "Los cocodrilos vuelan". "Estás loco". "No lo digo yo. Lo dice el Señor Presidente". "Bueno: sí vuelan. Pero bajito ¿eh?". Cuando la señora Sánchez Cordero fue secretaria de Gobernación se dijo de ella que era un florero, un simple adorno sin ninguna capacidad de decisión. La verdad monda y lironda es que todos los secretarios eran también floreros, lo mismo que los funcionarios en general. Quienes no se resignaron a serlo debieron emprender la retirada. Igual sucede ahora: los miembros del gabinete no deciden nada por miedo a equivocarse y caer de la gracia del señor. Por eso las cosas de palacio no van aquí despacio: simplemente no van. Por eso se observa esa parálisis administrativa que causa grandes daños en muchos ámbitos de la actividad privada. Numerosas evidencias muestran que los funcionarios temen, pues saben que quien se aparta un ápice de las consignas, así sea en su vida personal, perderá por eso su benevolencia y sufrirá pena de destitución, como le sucedió a Santiago Nieto. Los nombres de los secretarios de Estado apenas se conocen, y a ninguno se le ve actuando fuera de sus oficinas, salvo cuando debe acudir a una mañanera o alas giras. Si empleáramos un símil beisbolero diríamos que una sola persona es al mismo tiempo pitcher y catcher: cubre también todas las bases y los tres jardines, y es además el short stop. Y el ampayer igualmente, desde luego. Él es el Todo, el Único, el Solo. No faltará a la verdad quien diga que la administración -por llamarla de alguna manera- es el verdadero elefante reumático. El director del manicomio llevó al visitante ante un alienado que abrazaba y besaba a una muñeca al tiempo que le decía con ternura; "Mi cielo, mi amor, mi vida". "¿Por qué hace eso?" -preguntó el visitante. Le explicó el director: "Perdió la razón cuando su esposa lo abandonó para irse con otro". Poco después pasaron por una celda cuya puerta estaba cerrada con un gran candado. Ahí un loco furioso que vestía camisa de fuerza lanzaba espantosos ululatos, echaba espumarajos por la boca, se daba tremendos cabezazos contra las paredes acolchonadas y luego se revolcaba en el suelo como poseso. Le dijo el director al visitante: "Ése es el otro". El médico le informó a doña Pomponona: "Tiene usted las meninges inflamadas". "No, doctor -opuso ella-. Así se me ven cuando estoy sentada". FIN.
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