Desde Lázaro Cárdenas no había habido un presidente tan popular; el segundo es un hombre bien intencionado
Galatea se llamaba, y era dueña de un magnificente busto. Cierto día le preguntó, molesta, a un compañero de trabajo: "¿Por qué los hombres no me miran a los ojos cuando hablan conmigo?". Respondió sin vacilar el otro: "Porque no los tienes en el pecho". El padre de familia estaba compartiendo con su hijo nostálgicas evocaciones: "Fue entonces cuando tu madre pronunció aquellas dos palabras que nos unieron para toda la vida.". "¿Qué palabras fueron ésas?" -preguntó con emoción el chico. Las recordó el papá: "Estoy embarazada". Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, estaba narrando en la reunión de parejas una película que había visto acerca de la Segunda Guerra. "Y entonces -relató- el submarino disparó un tor.". Se volvió hacia don Sinople, su marido, y le pidió: "Completa tú la palabra, querido. Ya sabes que no me gusta decir vulgaridades". Desde Lázaro Cárdenas no había habido en México un presidente tan popular como Andrés Manuel López Obrador. Ambos supieron concitarse el apoyo del pueblo poniendo ante él sendos enemigos: Cárdenas, las compañías petroleras extranjeras; López Obrador, los políticos corruptos y el neoliberalismo. Desde luego el tabasqueño no tiene ni remotamente la estatura del michoacano. Cárdenas era un estadista; AMLO es un político que, a sus cualidades principales, la astucia y el tesón, no añade una visión de gobernante. Hombre bien intencionado -"Primero los pobres", etcétera-, carece de las habilidades necesarias para plasmar su buena fe en acciones eficientes en pro del beneficio general. ¿Ideología? Él es de izquierda. Yo tampoco. ¿Programa? Conservar el poder que tan trabajosamente consiguió, y mantenerlo todo el tiempo que sea posible sin soltarlo ni compartirlo. Los tiempos no están para que sea otro Porfirio Díaz, pero desde ahora acomoda ya sus fichas -sus corcholatas- para ser otro Plutarco Elías Calles. ¿Retirarse a cultivar su rancho, y alejarse por completo de la política a la manera del gran romano Cincinato? Pensar eso es supina ingenuidad, por no decir que suprema estupidez. Él, y nadie más que él pondrá a su sucesora -o sucesor-, y a ocultas, o no tanto, moverá los hilos que moverán a quien le siga. Para lograr tal cosa no ha dejado de estar en campaña, que a eso se ha reducido su labor: a una incesante campaña tendiente a fortalecer su dominio y a acrecentarlo. De ahí la concentración de hoy en el Zócalo, a la cual "invitó" a sus feligreses contra toda prudencia y toda razón. ¿Informe? Ni por asomo: mitin placero, que es lo que lo vivifica y le da nuevos bríos para seguir mandando. Yo me iría al Potrero, igual que Cincinato se iba a sus tierras, pero sucede que Cincinato no necesitaba el internet y yo sí lo necesito. Hacía un frío glacial, de 15 grados Celsius bajo cero; soplaba un viento gélido y caía una copiosa nevada. Aun así,Babalucas, que era heladero, se dispuso a salir con su carrito a vender su mercancía. Su señora le preguntó, asombrada: "¿Con este frío vas a ir a vender helados?". Replicó el tonto roque: "Me pondré suéter". Don Chinguetas, lo conocemos bien, es un marido tarambana. Una vez se pasó la noche en juerga, y llegó a su casa cuando iban a dar ya las 8 de la mañana. Le dijo a la fámula: "¡Rápido, Tolina! Ten estos 100 pesos y desarregla las ropas de mi cama, para que la señora piense que dormí en la casa". "Gracias, señor -respondió la muchacha al tiempo que tomaba el billete-, pero tendrá que esperar un poco. La señora también acaba de llegar, y me pidió lo mismo". FIN.