De política y cosas peores

La Guardia Nacional es para México motivo de vergüenza internacional, por la brutalidad con que sus elementos tratan a los migrantes

Por: Armando Fuentes (Catón)

Pienso que el doctor Duerf, psiquiatra, no es alguien de confiar. Tiene en su consultorio diván redondo para dos personas, forrado en terciopelo rojo, con colchón de agua y espejos en el techo y las paredes. No obstante esos indicios que a cualquiera harían concebir sospechas sobre el profesionalismo del analista, y pese a que sus dictámenes suelen ser muy radicales -"Tiene usted complejo de Edipo, don Fulanez. No se acerque demasiado a su mamacita"-, el doctor  cuenta con una clientela adicta y numerosa. Cierto día se le presentó una paciente nueva. Le dijo que sufría de continua ansiedad, estrés agudo, perpetuo surmenage, constante nerviosismo y angustia permanente. Luego le preguntó al doctor: "¿En qué consistirá su tratamiento?". Explicó el facultativo: "Atacaré de inmediato la causa del problema". Volvió a preguntar la mujer, interesada: "Y ¿en qué forma va usted a atacar a mi marido?". La Guardia Nacional es para México motivo de vergüenza internacional, por la brutalidad con que sus elementos tratan a los migrantes que ingresan a nuestro país por la frontera sur en su anhelo de llegar a la del norte. Especialmente los padres y madres con hijos pequeños sufren esos atentados contra los derechos humanos, derechos que parecen no existir en nuestro país. Sé bien que es grave y complicado el problema de las caravanas que intentan cruzar el territorio nacional para llegar a Estados Unidos. Quienes forman esas dolientes procesiones, sin embargo, no son criminales: son hombres y mujeres que en su país de origen han sufrido miseria, hambre, persecución o amenazas de muerte, y que buscan desesperadamente ingresar a un soñado paraíso que sólo pueden alcanzar cruzando México. Y resulta que el Gobierno mexicano, al que la geopolítica y la economía tienen convertido en obsecuente servidor del país del norte, le hace el trabajo sucio a Biden, igual que antes se lo hizo a Trump, y entonces la Guardia Nacional se vuelve una vergonzosa extensión de la Border Patrol o de la Migra. Lo ideal sería volver al tiempo en que México gozaba de prestigio universal por ser país hospitalario que abría sus puertas a los pobres y perseguidos del mundo. Si así fuera, las autoridades mexicanas no sólo permitirían el ingreso de los migrantes: les darían protección y ayuda hasta su llegada a la frontera norte; les proporcionarían albergue, alimentación y cuidados médicos en las ciudades fronterizas. Y allá nuestros vecinos con su problema. Claro: decir eso es muy fácil. Se trata de un bello sueño irrealizable. Si tal hiciéramos irritaríamos al irritable Tío Sam, que con un movimiento del meñique nos dejaría sin comer, tan grande es nuestra dependencia de los Estados Unidos. Siempre habrá migración, porque siempre habrá pobres y perseguidos. Cuidemos al menos de no tratar a los migrantes haitianos, cubanos o centroamericanos en la misma forma en que los yanquis han tratado a los migrantes mexicanos. El padre Arsilio recibió un aviso: el obispo de la diócesis iba a hacer una visita a su parroquia. Recordó que al señor le gustaba comer bien, especialmente pescado, y fue al súper en busca de uno bueno. "Tengo este pendejo -le dijo el encargado-. Perdone, padre, pero así se llama este pescado: pendejo". Lo compró don Arsilio, y de regreso en la casa parroquial le pidió a sor Bette, la cocinera: "Guise usted este pendejo para el señor obispo. Y no se asuste: así se llama ese pescado: pendejo". La noche de la cena el buen sacerdote le dijo al dignatario: "Sor Bette cocinó para usted este pendejo". Comentó Su Excelencia: "Pues le quedó de poca madre el hijo de la chingada". FIN.

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