La fundadora del colectivo ‘Madres Buscadoras de Sonora’ lleva más de siete años buscando a sus desaparecidos
Por: Eduardo Sánchez
Solo una madre desesperada por encontrar a sus hijos rascaría con sus propias uñas el suelo baldío, gris y polvoriento para traerlos de vuelta; aunque solo sea un trocito, un puñito de huesos. Solo una madre como Cecilia Flores, con los brazos vacíos, comprende lo que es la angustia y el dolor insoportable de la ausencia.
Ella es una de las miles de personas que buscan a los casi 90.000 desaparecidos que hay en México. Nacida en Sonora hace 48 años, cada día se levanta con la esperanza de que su trabajo sirva para restar algún nombre a esa larga lista que aumenta sin freno. Las madres como ella llevan décadas escudriñando el monte y el desierto. Buscando en fosas clandestinas, peinando las barrancas y rebuscando en los basureros; reconociendo el olor de la carne en descomposición y los cuerpos descuartizados. Todo ello con la única esperanza de parar ese sufrimiento. De encontrar algo que poder volver a enterrar de nuevo. De lograr un poco de paz. Y, ¿por qué no? quizá de hallar a sus familiares aún con vida.
Sin descanso, Flores busca a sus hijos desde 2015. Ambos secuestrados por el crimen organizado en Sinaloa y en Sonora. Ni siquiera aquella vez que un sicario le apuntó a la cabeza y le ordenó que se arrodillara, cejó en su empeño de encontrar a Alejandro y a Marco Antonio. “Pensaba que me iban a matar, así que miré a los ojos al que me apuntaba y le dije: Si me vas a matar, dispárame de frente y piensa en tu madre porque ella, el día que tú desaparezcas, te estará buscando como yo busco a mis hijos”. Cecilia dice que está enojada con Dios por permitir el calvario que atraviesa, aunque reconoce que aquel día, cuando vio la muerte tan de cerca, algo o alguien sobrenatural cuidó de ella.
La llaman La mamá grande de Sonora y hace tres años creó junto a otras mujeres el colectivo ‘Madres Buscadoras de Sonora’. Era 10 de mayo, el día en que los mexicanos celebran en día de la madre. Al principio eran muy poquitas y no tenían casi herramientas. Retransmitían todas sus búsquedas a través de Facebook para documentar todo lo mejor posible. Después de unos años, 2.000 personas forman parte de esta red de buscadoras. Quieren encontrar a los cerca de 5.000 desaparecidos que hay solo en el Estado desde que ella empezó el recuento en 2015. “Sonora es una enorme fosa clandestina”, dice a modo de presentación. También es un estado fronterizo con Estados Unidos, que es clave para el tráfico de drogas, armas y personas, en disputa entre varios carteles. Amenazada de muerte, Flores recibe a EL PAÍS lejos de su casa, resguardada por el mecanismo de protección de defensores de derechos humanos.
El pasado enero, esta mujer menuda, de pelo rubio y ojos pequeños lanzó un video que incendió las redes sociales. En él, pedía a los jefes de los grupos del narcotráfico Rafael Caro Quintero y Crispín Salazar que la dejen, a ella y a otras madres, buscar los cuerpos de sus hijos. “No buscamos justicia, lo único que queremos es traerlos de vuelta a casa”, dice. Su ruego dirigido a los delincuentes da una señal muy clara de la ineficacia de las autoridades y del estado de las cosas en Sonora y en todo el país. Para estas mujeres la justicia no existe ni tampoco la esperan. “Ya sabemos quién manda aquí porque lo vivimos cada día”, asegura. “Nosotras hemos ayudado a las madres de los que se llevaron a nuestros hijos a encontrarlos, porque la única justicia que sé que algún día puede llegar es la de Dios”, afirma Flores.
Usan picos y palas para desenterrar a sus muertos. En muchos casos ni eso. A menudo lo único que queda es una carcasa de ropa ensangrentada, un zapato, una cartera... De acuerdo al testimonio de la mujer, en estos años Madres Buscadoras ha encontrado a 672 personas en fosas y con vida a otras 300, a las que han conectado con sus familias en todo el país.
Hace menos de un mes, el colectivo encontró un crematorio clandestino en el municipio de Santa Ana, al norte del Estado. La Fiscalía identificó al menos ocho cuerpos, aunque las mujeres aseguran que hay restos de más de 20 personas. Una llamada anónima alertó a Flores de la ubicación del campo de exterminio. La persona que habló con ella también le devolvió un poco la esperanza. Es posible que Marco Antonio también esté en esa fosa, pero la mujer se queja de la inacción de las autoridades. Ha llegado a tocar la puerta del presidente López Obrador en Palacio Nacional; ha hablado con el nuevo gobernador del Estado, el morenista Alfonso Durazo, y ha tenido varias entrevistas con el comisionado nacional de Derechos Humanos, Alejandro Encinas. Sin resultado. “Nada”. La madre siente que después de las buenas palabras, la única que de verdad se mueve es ella. “Quiero volver a ver a mis hijos, aunque sea en un puñado de huesos”, repite varias veces durante la entrevista.
“Las autoridades con su tecnología me pueden ayudar, pero no han querido. En la Fiscalía de Sonora siempre me hacen las mismas promesas, pero nunca me dan respuestas”, denuncia la mujer y se queja de que por muchos millones destinados en el presupuesto federal para las personas desaparecidas, los recursos no llegan a las madres, las que cada día trabajan en el campo. “Ya somos investigadoras privadas, antropólogas, las que toman cuerpos... Antes no sabíamos nada, pero ahora hemos aprendido y somos más eficientes que las propias autoridades porque tenemos más respuestas. Nosotras, un puño de mujeres que no tenemos nada qué hacer y que nomás andamos calentando el terreno e interrumpiendo sus investigaciones, como dicen ellos”, reprocha.
El año pasado, Flores tuvo que salir huyendo de Sonora con lo puesto. El 15 de julio, un comando llegó a la casa de su compañera Aranza Ramos, en Sinaloa. La mujer de 27 años llevaba seis meses buscando a su marido desaparecido. Fue asesinada esa misma noche. Horas después, una llamada alertó a Cecilia: la muerte de Ramos era una advertencia, ella era la siguiente. Eso le dijeron. Hace dos semanas, la Fiscalía informó que había detenido al autor material del feminicidio de su amiga. Ella espera poder regresar de nuevo a Sonora para seguir buscando junto a sus compañeras.
- ¿Sigue teniendo miedo de que la maten, señora Cecilia?
- Sí, aunque tengo más miedo de las autoridades que de los carteles. En realidad, mi miedo más grande es no volver a ver a mis hijos. Llevo muerta en vida desde que se los llevaron, para mí ya no hay Navidad, ni cumpleaños, ni Año Nuevo...
Esta semana a 1,500 kilómetros de Sonora, Flores y la brigada Nacional de Búsqueda encontraron seis bolsas con restos humanos en Jalisco enterrados en un parque infantil. En esa misma zona las autoridades ya habían hecho un rastreo previo y habían descartado el lugar. “Buenos, malos, culpables o inocentes son nuestros hijos y voy a ir hasta el mismo infierno a buscarlos”, agrega.
El día que Alejandro desapareció en Sinaloa, hacía pocas horas que acababa de despedir a su madre con un abrazo en la estación de autobús. Tenía un trabajo nuevo y empezaba una nueva vida junto a su novia. Muchas noches, Flores sueña con aquel momento. En el sueño Alejandro pregunta si después de desaparecer alguien lo está buscando. “Nadie más que tu madre”, le responde Cecilia.